Día de la Virgen de la Soledad, por Fray Jesús España ofm

Hace unos años, en circunstancias similares a las de este año, os escribí unas letras que titulé “La procesión va por dentro”.

Afortunadamente, este año encontrasteis una mejor solución. Yo lo viví a distancia y os seguí a través de alguna llamada. Aquello pasó y hoy he querido reunirme con vosotros en torno a la Virgen de la Soledad, cuya figura campea en el Sábado Santo.

Este sábado es el día más sombrío del año. La Iglesia vive el gran silencio en espera de la Resurrección de Jesús. Ayer, Viernes Santo, mirábamos al crucificado. Hoy Sábado Santo, es el día de la “muerte de Dios”, que expresa esa inaudita experiencia de nuestra época, la aparente ausencia de Dios, la vivencia de que lo cubre todo la losa de la tumba, como si ya no fuera a despertar ni hablar nunca más.

Lc 4, 35-41, el episodio de la tempestad calmada, nos ayuda a vivir este día y a entrar en ese silencio de Dios que envuelve hoy a muchas personas. Ya el agua anegaba toda la barca, la tempestad arreciaba y Jesús dormía profundamente. Aquellos discípulos hablan de la muerte de la esperanza: ¿”no te importa que perezcamos”? -le dicen-. Para ellos ha ocurrido algo semejante a la muerte de Dios. Pero mientras hablan así de la muerte de su esperanza, de que ya no son capaces de ver a Dios, no perciben que la esperanza está viva en medio de ellos.

Hoy, Sábado Santo, comprendemos que de la revelación cristiana forma parte no sólo lo que Dios dice, sino también lo que calla. Sólo cuando hayamos sentido su silencio, podremos esperar percibir también su Palabra, que se promulga en el silencio.

En este día las iglesias están desnudas, no se celebran ritos litúrgicos. La Comunidad cristiana vela en oración como María y junto con María, compartiendo sus mismos sentimientos de dolor y confianza en Dios.

Es un día para acompañar a María Santísima en su advocación de la Soledad, y para acompañar y consolar a quien nos ha entregado todo lo que tenía. María, que comenzó su maternidad ofreciendo el Niño a los pastores y a los magos, también lo ha entregado en la cruz. “Nadie me quita a mi Hijo, soy yo quien lo doy libremente. Ofrece a Jesús al Padre y se ofrece con su Hijo al Padre”.

Volvemos a lo que rezábamos ayer en el Viacrucis: “Bendita y alabada sea la Pasión y la muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores y lágrimas de su Santísima Madre”.

El recogimiento y el silencio del Sábado Santo nos llevarán en la noche a la solemne Vigilia pascual, cuando prorrumpirá en todas las iglesias y comunidades el canto de alegría por la resurrección de Cristo.

Una vez más, se proclamará la victoria de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte, y la Iglesia se llenará de júbilo en el encuentro con su Señor. Así entraremos en el clima de la Pascua de Resurrección. En este itinerario nos acompaña la Virgen de la Soledad, que siguió en silencio a su Hijo Jesús hasta el Calvario, y guarda silencio en este Sábado Santo con la esperanza puesta en el alba del día radiante de la Resurrección.

En esta perspectiva, os expreso desde ahora a todos mis mejores deseos de una feliz y santa Pascua.

Vuestro
Fr. Jesús España, ofm

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