«Aparición a los Discípulos de Emaús» (Domingo 3º de Pascua)

APARICIÓN A LOS DISCÍPULOS DE EMAUS

Domingo 3º de Pascua

El Evangelio de hoy  (Lc 24, 13-35) es uno de los más hermosos relatos de la Pascua. Os envío estas notas como guía para su lectura. Pero lo importante no son estas líneas sino la lectura del Evangelio.

  1. Para comprender a los discípulos de Emaús hay que recordar el comienzo del evangelio de S. Lucas, donde distintos personajes formulan las más grandes esperanzas políticas y sociales depositadas en la persona de Jesús. Gabriel, en la Anunciación, le repite cinco veces a María que su hijo será rey de Israel (1, 32-33). La misma Virgen María en el magníficat (1,52), alaba a Dios porque ha derribado del trono a los poderosos y ensalzado a los humildes. Y cosas parecidas dicen Zacarías (1, 69), el padre de Juan Bautista, o la anciana profetisas Ana en la escena de la presentación en el templo (2, 38). Parece como si S. Lucas alentase este tipo de esperanza político-social del mesías recién nacido.

 

  1. En el último capítulo de su evangelio aparece otra vez el tema, ahora se trata de las esperanzas defraudadas de estos dos discípulos, que abandonan el grupo de los apóstoles y vuelven otra vez a su tierra convencidos de que todo había acabado. Ellos, fascinados por su predicación y sus gestos, habían seguido a Jesús, llegaron a creer en él, y le seguían entusiasmados. Pero todo se desplomó, el calvario acabó con las esperanzas depositadas en el mesías-rey. Y vuelven a su casa para retomar la vida que habían llevado antes de conocer a Jesús.

Del primitivo entusiasmo del grupo de seguidores de Jesús ahora sólo quedan unas mujeres medio lunáticas y un grupo de seguidores indecisos y miedosos,  que ni siquiera se atreven a salir a la calle o volver a Galilea. Los dos discípulos de Emaús, desencantados, cortan su relación con el grupo y se van de Jerusalén. Vuelven convencidos de que han perdido el tiempo, “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel…”. Pero  Jesús no sólo no había liberado al pueblo judío de los romanos que ocupaban el país sino que éstos le ejecutaron en la cruz.

 “Iban comentando lo sucedido” el viernes santo, y en el camino se les juntó el propio Jesús y les da una catequesis que los transforma por completo. Lo curioso es que Jesús no se les revela como el Resucitado, ni les dirige palabras de consuelo. Se limita a repasar con ellos la Biblia (“y comenzando por  Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”). Aquella no fue unan clase aburrida.  Más tarde comentarán que, al escucharlo, les ardía el corazón.

Lo importante es que estos discípulos no olvidan a Jesús; «conversan y discuten» sobre él; recuerdan sus «palabras» y sus «hechos» de gran profeta; dejan que aquel desconocido les vaya explicando lo ocurrido. Sus ojos no se abren de repente, pero su corazón comienza a arder.

Es lo primero que necesitamos los cristianos: recordar a Jesús, ahondar en su mensaje y en su actuación, meditar en su crucifixión… Si, en algún momento, Jesús nos conmueve, sus palabras nos llegan hasta dentro y nuestro corazón comienza a arder, es señal de que nuestra fe  está despertando.

El diálogo entre los tres es toda una invitación a reflexionar ante un  misterio que es nuestro, pues el Señor Resucitado está entre nosotros. A veces nos sentimos rotos y frustrados, como los discípulos de Emaús; pero nunca estamos solos en nuestro camino. Mientras hablamos unos con otros, Jesús, el Resucitado, llega y nos acompaña aunque no lo reconozcamos.

  1. Y es muy revelador el desenlace del relato. Al atardece, los dos le dicen a Jesús: «Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída«. Es la primera y la más conmovedora oración que la comunidad cristiana dirige a Jesús resucitado. Esta plegaria es toda una imagen de nuestra vida. Cuando en nosotros se hace oscuridad y se va haciendo noche cerrada en nuestra alma, tendremos que pedir al Resucitado que se quede con nosotros. Y ya veis que Jesús acepta la hospitalidad de aquellos dos discípulos, se queda con ellos. Así hará también con nosotros cuando le hagamos la misma petición.

El relato nos dice que no basta con la catequesis recibida en el camino. Según S. Lucas es necesaria la experiencia de la Eucaristía. Aunque todavía no saben quién es, los dos caminantes sienten necesidad de Jesús. Les hace bien su compañía. No quieren que los deje: «Quédate con nosotros». Lucas lo subraya con gozo: «Jesús entró para quedarse con ellos».

  1. Lucas dibuja el cuadro del Resucitado sentado a la mesa con los discípulos de Emaús: Jesús «tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio». Los discípulos le reconocieron en aquellas palabras y aquellos gestos de la Última Cena. Entonces se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús, pero Jesús desapareció. Y justo en el momento en que desaparece de su vista, en ese momento salta el chispazo de la fe, y los dos reconocieron al Resucitado. Se manifiesta al partir el pan, pero sólo al desaparecer se hace realmente reconocible. Y los dos vuelven corriendo a Jerusalén para dar testimonio del Resucitado a los demás discípulos.

Ya veis que el relato no es sólo una imagen de la resurrección; lo es también de la celebración de la eucaristía. En la Eucaristía nos encontramos con el Resucitado. Como dice la Plegaria Eucarística nº 3:   “Como hizo en otro tiempo con los discípulos de Emaús, él nos explica las escrituras y parte para nosotros el pan”.

  1. Está claro que este relato sienta las bases de la vida cristiana. El camino de los discípulos de Emaús es la imagen de todos los creyentes. ¿Quién no ha sentido esta desilusión cuando estamos sumidos en la prueba, cuando sentimos el silencio de Dios, tan desaparecido y ausente como lo estuvo para Jesús en la cruz?. Todos hemos sentido la tentación de huir de la iglesia, la comunidad de creyentes que no nos convence.

Pero también hemos experimentado la presencia de Cristo atento a la desesperanza y a la tristeza de los que se alejan de la fe, y dispuesto a abrirnos al conocimiento de las Escrituras ¿Quién no ha experimentado alguna vez cómo la Palabra de Dios restaña nuestras heridas y nos hace ver la vida de otra manera?.

Y junto a la palabra que quema por dentro, son los gestos los que nos ponen definitivamente ante el  Señor Resucitado, que al partir para nosotros el pan de la Eucaristía desbloquea nuestras crisis y nos devuelve la esperanza.

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No tenemos nada que envidiar a los dos de Emaús, ni a María Magdalena, ni a los apóstoles: en cada eucaristía, somos los compañeros de Cleofás. Ahora comprendemos por qué el otro discípulo no tiene nombre: su anonimato es una invitación a ponernos en su lugar; hoy somos cada uno de nosotros los que caminamos con Cleofás.

También con Cleofás  partimos y comulgamos la Eucaristía. Eucaristía en la que  nuestra vida cotidiana viene como retomada de nuevo y puesta a la luz de Cristo, que la ilumina con una luz nueva, gracias a la cual recibimos fuerza para vivir nuestro día a día.

Estas son las dos experiencias clave: sentir que nuestro corazón arde al recordar su mensaje, su actuación y su vida entera; sentir que, al celebrar la eucaristía, su persona nos alimenta, nos fortalece y nos consuela. Así crece en la Iglesia la fe en el Resucitado.

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