¡Silencio! dijo la noche
al llegar la madrugada.
Y se apagaron las luces
y cesaron las palabras:
sólo hablaba el sentimiento
cuando llegaste a tu casa.
Delante va el Hijo muerto,
muerto de amor infinito,
abandonado por todos
los que se decían amigos.
Y detrás e iluminada
por un camino de cirios,
le sigues Tú, Madre Mía,
con tu corazón herido,
con ese puñal clavado
al contemplar a tu Hijo,
al fruto de tus entrañas
muerto con tan cruel castigo.
¿Quién te puede consolar?
¿Quién puede llorar contigo
si vas sola en tu dolor,
si vas sola en tu camino?
Únicamente la noche
puede compartir contigo
el pozo oscuro de pena
de tus ojos infinitos.
¡Sólo ella puede ser
la que se vista contigo
de un luto de negro y plata
y ser el palio bendito
que cubra tu Soledad
en el silencio rendido
de un Lunes Santo que llora
en puertas de San Francisco!
(29/11/2008)