Cádiz se sintió aquel día
huérfana de Soledad,
huérfana de luto y plata
por no verte caminar,
por no ver entre varales
tu rostro lleno de azahar
meciendo tu dulce llanto
por el Hijo muerto ya,
al que el sol de atardecida
ya no pudo acariciar.
De madrugada en las calles
el viento quiere buscar
el sonido desgarrado
de tambores destemplados
que te acompaña al pasar;
y la tiniebla quisiera
verse rota por la luz
y contemplar tu quietud
y tu pureza serena que,
aunque rota por la pena,
apenas deja entrever el dolor
que la encadena
y que de lágrimas llena
los bellos ojos oscuros
de una madre nazarena.
Aquel día, Soledad,
Cádiz dejó su oración
silente y emocionada
en tus manos hecha flor
dándote su fe y amor
en la noche franciscana.
(2012)