El ocaso trajo un luto
de tambores destemplados,
sones de muerte que anuncian
el dolor más inhumano,
el de una Madre que sigue
al Hijo en la Cruz clavado,
¡Quién pudiera, Madre mía,
aliviar tanto quebranto!,
¡Quién te pudiera quitar
tu sufrimiento callado!
La plaza se hizo silencio
y los naranjos temblaron
al ver asomar tu rostro
por la pena traspasado,
herido por la amargura,
perdido y desamparado.
Los ángeles encendieron
la candelería del paso,
y las estrellas del cielo
su plata te derramaron
para ser, por una noche,
los bordados de tu palio,
bailando en las bambalinas
y reposando en tu manto,
para alumbrar tu belleza
de azahar bendito y santo.
Mi corazón se emociona
cuando pasas por mi lado
¡tanto quisiera decirte y,
sin embargo, me callo!
Soledad, que hable el silencio,
que mi oración a tu paso
sea plegaria sin palabras
que yo pongo entre tus manos,
una noche estremecida
de tambores destemplados.
(18/03/2008)