La noche acunó un suspiro
que brotó desde tu alma
y un helado escalofrío
recorrió toda la plaza:
silencio de amor y duelo,
de santa oración callada
que busca llegar al cielo
y aliviar tu pena amarga,
la angustia de un corazón
que se estremece entre lágrimas
ante la Cruz donde yace
el Hijo de sus entrañas.
El viento se hizo saeta
tan sentida y desgarrada
que agitó las bambalinas
bordadas de Luna y plata
y se metió entre varales
para rendirse a tus plantas
y contemplar tu belleza
profunda y desconsolada,
herida por el dolor
de una muerte descarnada
para entregarnos la Vida
y una infinita esperanza.
Soledad, que entre azahares
cada Lunes Santo pasas,
apagando mis pesares
que conoces sin palabras,
sé siempre la Luz, la Guía,
el descanso en la batalla,
la dulzura que acaricia
y la fuerza que nos salva
en los caminos del mundo
y cuando la Fe no alcanza.
¡Sé siempre, Reina y Señora,
Nuestra Madre Franciscana!
(22/02/2018)