Un medio de comunicación local publicaba en 1976 – 11 de abril – una Entrevista con el desaparecido imaginero gaditano Miguel José Laínez Capote.

Cuatro años después, el Maestro fallecería y su obra hoy está prácticamente desaparecida a pesar que iconos por él hechos han sido, y siguen siendo, el imán devocional de miles de fieles. Pero la vida es así y los modos y los tiempos cambian y han sido otros los que luego han venido con sus obras, generalmente muy buenas, a reemplazar las que el bueno de Laínez había hecho.

Por mucho que se ha escrito sobre este modesto artesano de la madera, jamás sabremos todo sobre su obra y cada vez nos asaltarán nuevas dudas y nuevas noticias sobre algo que hizo y pasó inadvertido y hoy o ya no está o está totalmente alterado por el “genio de turno” que, adrede, la disfrazó para hacer su Virgen o su Cristo. Cosas…

Y dice al periodista: “Desde chico me gustaba. Cuando empezaron las quemas, me llamaron para restaurar y ya me dediqué. Lo primero que hice fue la Virgen de la Merced”.

Y es aquí donde viene la sorpresa. Uno creía que la Virgen de la Merced, que después de quemada la anterior se pone al culto en la Catedral Vieja, era obra de Luis Jiménez. Y parece que no. Siempre se dijo que esa imagen, que para nada tenía que ver con la desaparecida, había salido de las manos del también modesto escultor citado (Luis Jiménez Fernández, 1902-8-81943) nacido en Jerez y fallecido en San Fernando, que creo que fue delineante de alguna factoría isleña y aquí tuvo su domicilio en la Plaza de la Catedral esquina a la calle de la Pelota.

¿La talló Laínez y por alguna cosa la restauró Jiménez…?

El asunto es que esa talla de candelero tenía más connotaciones con la obra de Jiménez que la de Laínez. Los rostros de las imágenes del primero respondían a los rasgos de su esposa doña Eugenia Caramé y esta Virgen era Eugenia Caramé pura y dura. Además, el gran parecido que tenía con la Esperanza hecha entonces para Las Cigarreras entre 1939-40 era evidente y también con los de la Virgen del Carmen que hoy está al culto en el templo de los jesuitas. Las tres eran igualitas y seguro que las dos últimas eran de Jiménez, seguro, pero como las tren han perdido sus rasgos primitivos, pues nos queda el beneficio de la duda y nada más. Cosas de tantas alteraciones y ya está.

Le pregunta el periodista sobre cuantas imágenes ha hecho y le contesta el artista que “sobre cuarenta o cincuenta. Quizás más…”.

Tímido y algo apocado, humilde hasta el límite, Laínez comenta cuando el periodista le pregunta, ¿por qué hace una imagen? y él contesta: “Por arte y devoción. Cuando este año he ido a ver el Cristo de Medinaceli, yo era uno más en la cola. Me da alegría volver a ver una imagen que hace tiempo no veía. Lo hago también para que la gente tenga devoción. Ahora la Iglesia ha tirado muchos santos a la calle…”.

Y si la obra “oficial” del artista está -o estaba- en esa cuarentena o cincuentena de imágenes, cuantas y cuantas restauraría en los templos siniestrados por los efectos de 1931 y del 36, teniendo en cuenta que ya en la primera fecha tenía el artista 25 años y un aprendizaje, según él, “en Bellas Artes de Cádiz, en Sevilla y también en Barcelona”.

Miguel José Laínez Capote nació en Cádiz en 1906 y falleció en la misma ciudad en 1980.

Según documentos oficiales suministrados por el Registro Civil de Cádiz a requerimiento mío y con el exclusivo fin de servir a la verdad; y a este escrito; el Juzgado de Instrucción número 5 de esta capital, facilitó la reproducción íntegra de la partida de nacimiento de dicho escultor obrante en el tomo 129-1, página 283 de la Sección 1; dice que Miguel José Laínez Capote, nació en Cádiz, en la casa número 1 de la calle de San Francisco Javier, a la una de la tarde del día 27 de septiembre de 1906.

Sus padres, Juan Laínez Medina, era natural de la Villa de Rota y Dolores Capote Martín-Arroyo, natural, igualmente, de la Villa roteña.

Fueron sus abuelos, por vía paterna, Luis Laínez y María de la Concepción Medina y por la materna, José Capote y Ana Martín-Arroyo, todos naturales de Rota y, en aquella fecha, ya difuntos.

Fueron testigos presenciales del acto y así lo firman, Don Joaquín Garibardo y Don Manuel González, ambos mayores de edad y vecinos de Cádiz.

Consta en la expresada partida de nacimiento, que al niño se le impondrían los nombre de Miguel José.

La partida de defunción de Miguel José Laínez Capote, (Tomo 339, página 122 de la Sección 3), certifica que el escultor falleció en la Clínica de San Rafael de Cádiz a las doce y cuarenta del día 5 de julio de 1980 a consecuencia de un “colapso circulatorio y coma cerebral”, según comprobación médica del Dr. D. José Villar Viñas, Colegiado número 216 y parte de defunción número 781652, del día 6 de julio de 1980, siendo las nueve y treinta horas, según declaración del testigo Don Francisco Guzmán Aragón, con domicilio en Cádiz, en la calle Cristóbal Colón número 18 y así lo firma y rubrica dicho señor.

Hay dos curiosidades en esta partida de defunción de Laínez y es que figura, por error, como nombre del padre, “Manuel”, en lugar de Juan; y la tardanza, anómala, en hacer el acta de defunción que se realiza al día siguiente del fallecimiento del escultor y por una persona no del círculo familiar. Entre otras irregularidades, cuando obtuve ese certificado de defunción, se ignoraba totalmente en el Registro, tanto el día del nacimiento como el mes, siendo gracias al interés mostrado por funcionarios posible obtenerlo y presentar así, por primera vez, los datos más significativos de este personaje de la vida artística gaditana.

Según Ricardo Moreno Criado, “ESTANDARTE”, número 139, junio 1976, asegura que habría asistido en Cádiz a las clases de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos y que, posteriormente, amplió estudios y conocimientos en la de Sevilla y Barcelona. Nada podemos asegurar ya que no aparecen ni datos ni certificados que acrediten estos estudios, siendo lo más normal que el imaginero fuese totalmente autodidacta ya que su obra no se sujeta nunca a los dictados de un determinado estilo ya establecido por algún maestro ni de la escuela sevillana ni, por supuesto, la catalana; quedando integrada su obra, muy extensa aunque ya atrozmente extinguida, dentro de los moldes y cánones impuestos por el neobarroco andaluz, según los postulados de los grandes maestros de la imaginería andaluza neobarroca: Antonio Castillo Lastrucci y Sebastián Santos Rojas, aunque de ninguno de ellos tomó lo mejor.

Sí es cierto que, cuando falleció, vivía el maestro Laínez en la calle de la Rosa o Moreno de Mora número 5, 2º piso, y así consta éste como último domicilio oficial del artista. Ahí, modestamente, vivió y trabajó, junto a la Parroquia de San Lorenzo y al templo de la Divina Pastora, joyel del arte de Hita del Castillo y no lejos de la entrañable Parroquia de la Virgen de la Palma. Si se quiere, este barrio de Cádiz o trozo del mismo, es lo más genuino y entrañable de cuanto Cádiz guarda íntimamente en sus intramuros todavía cálidos, como esos atardeceres de la calle Sagasta arriba, cegados de rojos y oros por el sol de poniente que va a ponerse placenteramente a los pies de La Caleta.

Aunque merecedor de mejor suerte, tanto él como su obra, pues fue un sencillo “jornalero del arte” y esto le perjudicó mucho; un jornalero de las Cofradías que lo usaron y utilizaron en su época a su capricho y antojo, Laínez, aunque a algunos les pese, sigue teniendo en Cádiz tres Cristos emblemáticos salidos de su arte modesto y que son los fervores de los gaditanos. El Señor de Medinaceli -una versión libre-, el Caído y el Nazareno del Mayor Dolor.

Todos sabemos los fervores que en España se despiertan cuando, acabada la guerra, los españoles nos enteramos de las barbaridades cometidas por unos y por otros en el resto del país. El famoso Cristo de Medinaceli de Madrid, una talla tal vez atribuible a Francisco de Ocampo o a Luis de la Peña, según Hernández Díaz, sufrió también el destierro y tal vez gracias al mismo, la salvación de la escultura.

Cádiz, por medio de un cuadro íntimo y devoto propiedad del matrimonio formado por Don Eladio Campe Amaya y Doña Eloísa Martín, empieza a rendirle culto al famoso nazareno madrileño tan vinculado a la Orden de los Trinitarios, en la preciosa Iglesia del Convento de las Descalzas y allí, en torno a ese cuadro, se hacen triduos y novenas y ahí empiezan esos primeros viernes de marzo -en conmemoración de una leyenda que dice que Cristo murió en la Cruz ese día multitudinario.

Don Eladio Campe, fue un industrial gaditano del comercio del mueble y poseyó uno -el mejor de la ciudad y provincia- en el edificio donde hoy está situado el Banco Santander (Plaza del Palillero). Allí estaba su casa y su comercio y allí en 1937, hace Laínez la escultura de Jesús de Medinaceli. Allí la concibe al estilo del existente en Madrid, aunque tratando el rostro del Señor en un total color negro, cuando, el de Madrid, lo tiene oscuro por la acción del tiempo y de la pátina.

De todas las maneras, el Medinaceli de Cádiz, es la mejor obra que jamás realizó Laínez y ahí está, esbelto como una palmera, desafiante a los vientos de la madrugada del Viernes Santo cuando baja, solemne y distante, en su paso de plata ofrecido por sus muchísimos devotos. Fue bendecido el 27 de febrero de 1938, costando su hechura 750 ptas.

Para reponer el desaparecido Cristo del Perdón que quedó destruido en el incendio sufrido por la Iglesia de la Merced el día 8 de marzo de 1936, le encargan la hechura del crucificado que realiza en 1939, aunque luego en 1962, parece que hace otra nueva escultura que es reemplazada, triste destino de las imágenes de Laínez, por el que tallara Ortega Brú en 1981. Fue bendecido el 28 de mayo de 1939.

La primitiva de Jesús CAÍDO, está fechada en 1941, haciendo en 1937, para la población de Los Barrios, una Dolorosa por encargo de la familia Urrutia.

En 1938, hace la imagen de la Virgen del Rocío para la Parroquia de San José, donada por Don Salvador Díaz Barrios. Fue bendecida el domingo 14 de agosto de 1938 en la Parroquia de San Lorenzo.

En 1939, otra donación del mismo señor. Es la Virgen del Rosario en sus Misterios Dolorosos, para la Cofradía del Cristo del Perdón, establecida en la Catedral Vieja.

Es bendecida esta imagen el día 13 de octubre de 1939, siendo padrino de la ceremonia el Gobernador Militar de Cádiz, Don Pedro Jevenois Labernade. Esta imagen ha sido también retirada del culto y sustituida por otra del imaginero Francisco Buiza. Otra dolorosa para esta misma Hermandad está, actualmente, haciendo calvario junto con San Juan, obra antigua aprovechada por Laínez, en el altar del Cristo del Buen Viaje, famoso crucificado que recibe culto en la Capilla de la Divina Pastora.

En 1944, Don Manuel Delgado -personaje muy conocido en Cádiz por el cargo que ocupaba en los antiguos y prestigiosos depósitos farmacéuticos de “Hijos de Restituto Matute”, razón social muy importante establecida en la calle Cristóbal Colón, en el edificio singular de la Casa de las Cadenas, donde hoy está instalado el Archivo Histórico-, le encarga el popular misterio para el paso de la Entrada en Jerusalén y el Titular, Jesús de la Paz, que tuvo su sede en la Parroquia de San José. También esta imagen ha sido remodelada por Buiza. Fue bendecida la de Laínez el día 17 de diciembre de 1944.

En 1950, otro personaje muy popular en Cádiz por la industria de panadería familiar y por cargos municipales, le encarga para la Hermandad que se propuso levantar, la de la Sentencia, la Virgen cotitular advocada del Buen Fin, que todavía está expuesta al culto.

En ese mismo año, y en el domicilio de Don Felipe Mozo Carrancio, en el segundo piso de la finca número 11 de la calle Compañía, talla las imágenes que configurarían el misterio para el paso que los médicos y farmacéuticos gaditanos necesitaban para su recién fundada Hermandad. Este señor, con el que me unió lazos familiares, fue el promotor y donante de esas imágenes que vinieron a sustituir a unas que realizó Antonio Bey, un misterio que contemplaba a Jesús Caído, pero que, como costumbre en este imaginero, hace de unas proporciones casi monumentales no gustando a los miembros de la recién fundada Hermandad ni al público en general cuando eran mostradas, según costumbre de la época, en los escaparates de Muebles Bostón en la calle Novena y Valverde, frente a la prestigiosa Instaladora Eléctrica. Actualmente ese extinguido comercio es muy conocido negocio perteneciente a una cadena gaditana. Esas monstruosas imágenes son retiradas y Laínez, el que al revés que Bey, uno todo ampulosidad y formas, y el otro, escueto y lineal como una imagen de serie salida de una fábrica de Olot, es el que realiza el misterio para la Sanidad. De él sólo queda el Cristo. La Virgen ha sido sustituida por una de Buiza y la Verónica es del gaditano Luis González Rey.

Desgraciadamente, esta imagen del Cristo del Mayor Dolor, tuvo un desafortunado accidente en 1952, cuando al desfilar el Miércoles Santo por la Carrera Oficial, se rompió. No obstante, el saber hacer de la Junta no creyó oportuno sustituir la escultura por otra realizada por otro imaginero y es Laínez el encargado de repararla y asegurarla. Fueron bendecidas en el año 1950.

En 1954, adapta a Jesús en el misterio de la Sentencia o Cautivo, una imagen del escultor Cosme Velázquez, que es advocado como Jesús de las Penas. El “invento” no sale bien y es patente la desproporción del Cristo que, también, tocan otras manos torpes y lo ponen peor. Posteriormente, la Junta de Gobierno de la Cofradía opata por acabar con el problema encargando a Luis Álvarez Duarte la hechura del actual Cristo de las Penas.

En 1959, Don Manuel López Herrera, le encarga una Dolorosa para la Cofradía del Señor de la Salud, que llevaría el título de Esperanza y que iba a sustituir a una tallada por el artista isleño Luis Jiménez Fernández.

Laínez, consigue darle a esta Dolorosa -desgraciadamente muy ultrajada- cierto aire macareno y gusta y cala, siendo en Dolorosa lo mejor de cuantas había hecho hasta entonces el escultor. La bárbara restauración ha sido motivo para que esta imagen haya sido retirada del culto y suplantada por otra realizada por Luis Álvarez Duarte, que ha procesionado por primera vez en el 2005.

En 1958, hace el grupo de la Oración en el Huerto, que también ha desaparecido, y en 1959, la Virgen de Gracia y Esperanza para la misma Cofradía.

Ni la Virgen, que es retirada del culto público pronto, ni el grupo de Jesús Orando en el Huerto con el Ángel, existen, siendo sustituidos por otro realizado por el imaginero Ramos Corona.

En 1960, talla los cuerpos para los apóstoles que acompañan a Cristo en el paso de la Santa Cena, realizando también por encargo de Don José Luis Sancho Mejías, la Virgen de los Santos y Esperanza, que luego por una serie de vicisitudes, este señor retira del culto.

En 1965, hace para la Oración en el Huerto, la figura del Ángel, que existe.

Aunque por esta relación parece que su trabajo jamás decayó, nunca poseyó dinero y vivió más bien escaso de todo. No le faltaron buenos amigos y hasta en cierto punto, mecenas, pero nunca supo cobrar bien su trabajo.

Jamás se podrá saber, con exactitud, toda la obra ejecutada por Laínez, pues a todo lo apuntado aquí, hay que añadir otras imágenes menores, de pequeño tamaño y tamaño académico que realiza para encargos particulares y que es difícil saber el paradero de las mismas o las transformaciones que éstas han sufrido o sufrirán, pues al ser todas ellas imágenes de candelero, Dolorosas especialmente, las manipulaciones que se les efectúan pueden llegar a hacer desaparecer los rasgos esenciales y el sello personal del artista. Y si a esto añadimos las restauraciones realizadas anónimamente, las pequeñas reparaciones efectuadas a diversas imágenes, como la reposición de dedos rotos, retoques en las policromías y otras menores labores realizadas, vemos que la vida de este hombre fue una entrega total a su oficio.

Hay que tener en cuenta que cuando los sucesos del 36, Laínez tenía ya 30 años y que, tanto en Cádiz como en la provincia, hubo mucho que restaurar y que arreglar y que en muchas de nuestras Iglesias e imágenes -que fueron tocadas tanto en el año 1931, como en 1936- seguro que Laínez, solo o acompañado, algo haría ya que no era normal, en aquellos tiempos de carencias, llamar a los escultores de otras latitudes y el ejemplo lo tenemos en Cádiz, que cuando se funda una nueva Cofradía o se rehace la imagen quemada, se llama a Laínez para que sea él que la repare o haga de nuevo siendo, modernamente, cuando las Cofradías encargan a escultores sevillanos las nuevas imágenes que vienen a sustituir a las hechas por este modesto artista.

Cuando la Cofradía de la Vera-Cruz pierde sus imágenes en el saqueo e incendio del Convento de San Francisco en 1931, ese gaditano amante de su ciudad que fue Don Ramón Grosso Portillo, le encarga en 1943 a Laínez una Dolorosa, un San Juan y una Magdalena para el paso de misterio de la Cofradía, y que actualmente ya tampoco procesionan. La del Perdón, otro calvario (el que está en la Pastora); y la de la Sentencia, las esculturas que componían el abigarradísimo paso de misterio del Cristo, luego cambiadas por otras que realiza Buiza y hace, también, el cuerpo para el Señor de la Sentencia, bastante estrecho y desproporcionado con relación a la cabeza.

Y unido a Miguel José Laínez Capote, está, a veces, un personaje muy popular en el Cádiz de la posguerra, Don Salvador Díaz Barrios, hombre metido en el mundo de las Cofradías, hermano de la del Perdón y que tenía su taller en la misma casa en que Laínez el estudio. Por su profesión de sastre teatral, de la que se mostraba enormemente orgulloso, fue un consejero leal para el escultor al que siempre orientó mayormente en lo tocante a las Dolorosas que el imaginero realizó, tema éste que tocó con mayor fortuna que el de los Cristos, pues la anatomía no fue nunca el plato fuerte del artista.

Sin entrar en la crítica ni en la descalificación, pues creo que decir la verdad no es falsear ésta, a Laínez nunca se le dio bien ni las manos, que las creaba excesivamente de manopla, ni el cabello, que lo hacía pesado y sin gracia. Ni la anatomía de los crucificados. Y ahí están o estaban los pocos que hizo. Y jamás tocó otros misterios en los que la anatomía del Cristo jugaba un papel principal como es el caso del misterio que representa a Cristo en el suplicio de la flagelación o en la Resurrección o en cualquier otro momento en que la anatomía de la imagen juega un papel importante. Creo decir con toda certeza que jamás tocó el tema del Redentor sentado en la peña antes de la crucifixión, o el otro de la Coronación de Espinas. Para San Fernando hizo un Ecce-Homo que desapareció. Por eso, Laínez fue un imaginero de Dolorosas principalmente, tema que por la escasez de parte anatómica que tenía que tallar, siempre lucía y más cuando la Virgen quedaba arreglada para procesionar. Otro tema al que saca lucimiento es al del Nazareno, y aunque en estos falla en que las manos y en el cabello -cuyas guedejas caen torpes y pesadas a los lados del rostro imprimiendo rigidez a la cabeza- no por eso dejan de ser devotos y con cierto sentido de la unción, cosa que conmueve al creyente y le hace acercarse a la imagen que el artista ha tallado. En el caso de Medinaceli, el pelo se solucionó con la cabellera natural tan característica en esta imagen, y las manos, unidas y enlazadas, por el rico cíngulo, no están nada mal conseguidas y realizadas. Extraña -en los que hemos querido seguir la trayectoria artística de este hombre- la rigidez que presenta el Señor de Medinaceli en sus rasgos faciales, aunque Laínez hace su versión y poco se parece al ideal de Madrid; no por eso la escultura carece de empaque y elegancia y se yergue venerable aunque, un cierto hieratismo, roce los límites de lo permitido.

Sin embargo, el crucificado que hace para la Cofradía del Perdón, carece de todo lo anteriormente expuesto y era un Cristo blando que pendía de una cruz sin sufrimiento alguno. Su rostro carecía de dolor y su anatomía era estrecha y poco estudiada, como dando la sensación de no haber querido profundizar mucho al carecer de conocimientos.

Retomando el camino y al hilo de lo que estaba narrando, hay que decir sobre la personalidad de Don Salvador Díaz Barrios, que colaboró mucho con su Cofradía del Perdón y a la Virgen que había tallado Laínez que no carecía de cierta gracia -le confeccionó varias prendas que le donó- le hacía a la Virgen los macizos de claveles blancos con tela y le fabricó las primeras velas rizadas que se vieron en Cádiz en un paso de palio.

Puede parecer extraño cuanto aquí digo, pero es que la Semana Santa de Cádiz allá por los años cuarenta y principios de los cincuenta, era algo muy entrañable e íntima y nadie se molestaba por seguir las normas que ya Sevilla y Jerez imponían. Aquí se seguía colocando flores de tela en los pasos y nada de montes de claveles rojos en los pasos de misterio. Las flores iban en su ánforas de plata y el paso del Ecce-Homo -siempre muy recargado de claveles rojos artificiales y aroma-, era perfumado con esencia de clavo que la Hermandad compraba en la antigua Farmacia de Herbos, en la calle Columela esquina a la de Sacramento.

Las cosas eran así y el que quiera contar otras lindezas, que las cuente; pero miente. Los Penitentes -pocos- iban mal equipados; los portadores de faroles -aquellos monstruos de carburo- y los de insignias, eran pagados para salir y desfilaban una y otra vez en una y otra Cofradía. Recuerdo que estos personajes -mal vestidos- algunos muy altos con la túnica con dos o tres tallas por encima o por debajo de la suya, con alpargatas y “gato” a la cabeza. Al cinto, llevaban un artilugio para sostener el Estandarte o el inmenso farol y algunos -vestidos con sotana y roquete, porque portaban la Cruz Parroquial o los ciriales- casi siempre con el encaje de los roquetes rotos.

Así era llena de encanto la Semana Santa de Cádiz y las Vírgenes iban atiborradas de alhajas que le dejaban las devotas y las señoras de dinero de la alta clase. Y, todas las Dolorosas, todas, lucían detrás en el manto, un rico y aparatoso broche más o menos bueno, pero brillante y a veces hortera, que cogía como una especie de pellizco en el terciopelo liso.

En los palios, bombillas eléctricas por culpa del irrespetuoso y sacrílego levante, igual que en los pasos de los crucificados, siempre el foco, frío e hiriente dándole cara al Cristo y desfigurando la rica policromía de la escultura.

Había tres cosas que a mi, en particular, no se me olvidarán nunca y era el aguador que iba siempre en el cortejo, serio, tomándose su papel muy en consonancia con el alto sentido de la obra de caridad que iba ejercitando. Otro personaje, singular, era el hombres con una extraña y triste misión que iba directamente detrás de la Guardia Municipal montada. Cuando una Cofradía era rica o alguien pagaba aquel dispendio, nunca en las de rigurosa penitencia, precediendo al cortejo iba la referida escolta con clarines y tambores armando un ruido de mucho cuidado. Pero esto impresionaba mucho y no digamos nada a los pequeños que sentíamos verdadero terror al ver a aquellos gigantes a caballo con casacas azules y empenachados cascos, relucientes como la plata, con elegantes plumas blancas. El casco -guardando ciertas reminiscencias con los del imperio austro-húngaro y como el que usaba el Emperador Francisco José- impresionaba. Pues, justo detrás, unos humildes hombrecillos recogían los excrementos que los jacos, muchas veces propiedad de la Panificadora Castro, indiferentes y altaneros, arrojaban hasta con altivez a su paso conscientes o inconscientes que detrás venía el hombrecillo que, públicamente, recogía tan escatológica “mercancía”.

Otros personajes entrañables eran los bizarros soldados romanos que iban siempre detrás del Paso del Ecce-Homo. Hasta ahí todo bien y mucho calor que daban al singular desfile de esta Cofradía. Pero el anacronismo encantador venía cuando uno se fijaba y entre los marciales soldados de la potente Roma, aparecía aquel con gafas o el otro mostrando con orgullo de raza “El Longines” en la muñeca. Aquello era puro encanto como el siempre pequeño sacristán -de tamaño, que no de edad- que delante del paso mostraba la altísima caña enciende y apaga velas; o el otro que con una larguísima pértiga terminada en horquilla tenía “la alta misión” de ir alzando el cable ya de luz o de teléfono que podía interrumpir el paso del Cristo o el palio de la Virgen.

Esas cosas eran muy nuestras y se quedarán grabadas para siempre porque eran incongruencias de tamaño natural, pero llenas de encanto y de ingenuidad.

¿Y las coronas de flores en los brazos de las cruces de los crucificados y nazarenos y pendiendo de los varales de los pasos de palio?

¿Y las bandejas de plata bruñidas para la ocasión, sacadas de los aparadores y chineros de las viejas casas gaditanas para enriquecer las delanteras de los pasos tanto de Cristos como de Vírgenes?

¿Y los cirios hechos de lata, huecos, que en su interior eran un depósito de petróleo o carburo y que a través de una mecha largaban verdaderas lenguas de fuego y humo dejando apestado el recorrido y las narices de penitentes y público en general en lamentable estado de limpieza?

Recuerdos, recuerdos, recuerdos… de una Semana Santa tan cercana y tan lejana…, tan íntima…, tan de Cádiz…, tan cambiada por la de ahora, que va ya con sello propio marcando una estética tan gaditana pero sin apartarse de unos cánones establecidos…

Sigamos con Laínez y que me perdone el público por haber contado la narración; pero es que a veces tengo escapadas al pasado.

La fama que el artista adquiere al hacer su obra maestra ya por siempre, el Medinaceli de Don Eladio Campe, es un motivo más que suficiente para que le cayeran muchos encargos de fuera de la provincia y de ésta.

Para Barbate, hace un Medinaceli, una Virgen de la Soledad y una Dolorosa.

Para Puerto Real, en 1963, la Virgen de la Estrella; para Chiclana en 1956, un Medinaceli y otro para Rota en 1960 y hasta uno para Lebrija.

En 1959, le encargan en Rota la imagen del Señor de la Paz, que ha sido sustituida por otra.

Para Tarifa, realiza en 1963, un Señor de Medinaceli y en 1942, para Vejer de la Frontera, un San Juan Evangelista para la Cofradía del Nazareno.

Restaura infinidad de imágenes y transforma otras. Arregla retablos y recompone tallas perdidas y elementos decorativos de templos y oratorios privados. Somete al Señor de la Humillación de la Cofradía de la Piedad, que era un San José, a una transformación total para adaptarlo a Cautivo maniatado, según los dictados propuestos por la Junta en aquellos tiempos y es hombre que se aviene a todo hasta el punto, como hemos visto, de hacer muchos encargos en los domicilios de sus clientes donde, incluso, come como una persona más de la familia. Recordemos que los tiempos eran escasos y la economía del artista fue siempre parca.

La adaptación del Señor de la Humillación, se efectuó en el entresuelo de la finca número 10 de la calle Pelota, bellísimo edificio dieciochesco que fue vilmente derribado para hacer la construcción anodina que en su lugar se alza.

En esa casa estuvo depositada, la ignorada imagen, y allí Laínez lo transforma en el entresuelo que era el almacén de mercancías del establecimiento de Don Agustiín Rosety, dedicado a mercería, que ocupaba la planta baja. Hoy se adscribe esta escultura al círculo de los Roldán.

Como una nota curiosa para los amantes de estas cosas, hay que decir que en esa casa tuvo su domicilio Don José María de Falla, padre de nuestro genial músico, viviendo en ella también, Don Francisco de Paula, abuelo del compositor. Ningún rastro existe del recuerdo.

La Junta de la Cofradía del Señor de la Salud, venerable imagen del escultor Francisco de Villegas del siglo XVII, le encargó la realización de las figuras para el paso de misterio de “la Coronación de Espinas”, de vida efímera ya que tan solo procesionó un año, el de 1948, y desde el templo de San Lorenzo, ya que su sede canónica, la Iglesia de Santo Domingo, se encontraba cerrada al culto por las obras de restauración.

Parece que estas figuras se conservan, cuatro en total, por las que cobró el imaginero la cantidad de 3.000 pesetas.

La obra de Laínez, tiende a desaparecer. Malos materiales, pésimos ensamblajes y el gusto de los cofrades de cambiar las imágenes según van imponiendo modas. En Cádiz, sólo el Medinaceli; el Señor del Mayor Dolor, de la Cofradía de la Sanidad; la Virgen del Buen Fin, de la Sentencia y Jesús Caído, ahora al quirófano para una restauración que, ojalá, respete al menos la fisionomía de la escultura, como ya hicieron en su día los restauradores del Titular de la Cofradía de la Sanidad.

Cádiz lo hizo y Cádiz lo deshizo, y sólo algunos cofrades agradecidos y algunos particulares que siguen conservando alguna obra encargada al escultor, mayormente Dolorosas de pequeño formato, que guardan con cariño devocional en sus domicilios.

En Sevilla, se venera o veneraba una Dolorosa de este imaginero en la Iglesia del Corazón de María de Heliópolis, donada por un gaditano residente en la capital andaluza, y que cultivó la amistad del escultor; me refiero a Gabriel Solís Carvajal, de sobra conocido en los ambientes cofrades de Cádiz y de Sevilla por su labor fotográfica.

No sería mucho pedir a las Cofradías que tienen o tuvieron alguna obra salida de las manos del escultor, que le rindiesen un sencillo acto de homenaje póstumo al artita. Algo que diga donde nació o donde vivió y donde creó sus Cristos y Vírgenes, algo modesto, él no querría nada rico ni ostentoso. Él fue modesto y esa modestia fue su principal enemiga y, tal vez, la inseguridad en sí mismo.

Descanse en paz el hombre, el artista, y reciba el pequeño homenaje que a través de esta charla le dedica la Hermandad gaditana del Rocío. Como sabemos, en San José la Virgen es de Laínez.

Creía yo acabado este trabajo, que con sumo gusto y cariño he querido dedicar a un artesano gaditano de la imaginería, cuando, inesperadamente y por mediación de un magnífico amigo y cofrade, me pongo al habla con un familiar del escultor. Un hijo del inolvidable Enrique Laínez, siempre ocupando cargos en las Cofradías gaditanas y en los estamentos rectores que regían éstas, especialmente en la de la Palma, la Virgen de sus amores.

Y Laínez, me pone en antecedentes de un buen puñado de cosas que van perfilando el lado humano de un artista tenido por hombres serio siendo todo lo contrario, ya que su supuesta seriedad era, simplemente, el producto de una timidez grande.

Y por él sabemos que estudió con el escultor gaditano José Gargallo Guerrero (1904), casado con una prima del artista llamada Manuela Gil Laínez. Hizo para Cádiz el monumento a José Celestino Mutis; la lápida conmemorativa del Dr. Gómez Plan; el Sagrado Corazón que se alza delante de la Ermita de Santa Ana en Chiclana; y otras más. Gargallo vivió y falleció en Vilanova i la Geltrú (Barcelona).

También me aclara que Laínez fue miembro de una numerosa familia de seis hermanos, Luis, Enrique, Carmen, Rafaela y Victoria, con la que vivió siempre y con los hijos de ésta, sus sobrinos, Oliva, Francisco y Miguel.

Gran aficionado a los toros y a la zarzuela, le gustaba cantar algunas partes de ellas mientras se afanaba trabajando en su taller de la calle de la Rosa y, a menudo, se quejaba y lamentaba de los disgustos que algunos clientes le daban y muy serio exclamaba “¡Qué disgustos dan los Santos…!”.

Imprescindible en aquellos tiempos de penuria a la hora de tener que colocarle a sus imágenes y a otras, las pestañas, él, cuco y ahorrativo, mañoso y experto en las lides de última hora de las Cofradías, las fabricaba el mismo utilizando el pelo, negro y suave, del rabo de un voluminoso gato que poseía; el que -pobrecillo- siempre presentaba el apéndice preciso y precioso, bastante trasquilado por los cortes que su amo le daba cada vez que necesitaba pelos para hacer las pestañas de alguna Virgen Dolorosa o de Gloria.

Para no olvidar su obra, hay que añadir a lo ya reflejado, la Virgen del Amor Hermoso, perteneciente a la Cofradía del Señor de la Salud, pero recibiendo culto en la Parroquia de la Merced, otro encargo hecho por Don Manuel López Herrera, y el Nazareno de la Obediencia, de gran fervor en la feligresía de la Parroquia de la Merced, como el antiguo Cristo de las Penas. Este Nazareno fue anteriormente una figura procedente de un monumento de Semana Santa; y tal vez, como aquel, una obra de Cosme Velázquez Merino.

No hay que descargar algunas obras de este imaginero en la ciudad, pero es casi imposible dar con ellas y detallarlas.

Y hablando de homenajes, hay que consignar que el Domingo de Pasión de 1974, se le dedicó uno dentro del almuerzo que las Hermandades y autoridades le ofrecieron al Pregonero de aquel año, Don Francisco Montero Galvache, en el Hotel Atlántico, recibiendo Laínez numerosos testimonios de admiración y cariño por parte de las Cofradías y, especialmente, por las que tienen titulares debidos al escultor. Al acto se quiso sumar también el Ayuntamiento gaditano por medio de su entonces Alcalde Don Jerónimo Almagro y Montes de Oca que le entregó e impuso el escudo de oro de la ciudad, “recalcando que, con independencia de estos recuerdos, ya en su día propondré al Ayuntamiento el homenaje que la ciudad le debe…”.

Como de costumbre, el edil municipal cumplió, salió en la foto que era de lo que se trataba, y se acabó. El mandato de Almagro terminó el 15 de enero de 1976… y ya está…

La obra de este modesto artista es hoy casi imperceptible, casi ignorada. Su vida, también. Él, hombre modesto entre los modestos, nunca quiso hablar de sí mismo. ¿Es eso bueno o es eso malo?. Viendo como hoy le va a los “mediocres” que están todo el santo día en boca de todos, tal vez sea bueno; para alguien que es celoso de su vida, pues no. Y Laínez era hombre celoso de la suya.

Ojalá esta charla, que yo desearía os haya parecido amena e interesante, despierte el interés por la obra casi diluida de nuestro imaginero gaditano Laínez Capote. Actos como este hacen que se conozca tanto la trayectoria humana como la artística de un buen hombre trabajador al máximo y humilde al máximo también.

Que esta charla sirva como un homenaje a él y a su obra y ojalá la Hermandad gaditana de Nuestra Señora del Rocío, consiga lo que tantas veces otras Hermandades han pretendido y que, ya por una cosa o por otra, no ha llegado a cuajar. Hay que conseguir que en la casa en la que nació el artista, algo, una placa de cerámica o una lápida de mármol con una sencilla dedicatoria, a todos les explique que en esa casa vino al mundo el escultor imaginero. E igual se podría hacer en la casa en la que vivió toda su vida y donde tuvo su taller-estudio de donde tantas imágenes devocionales salieron para ser los muy venerados y sagrados titulares de muchas Cofradías. Ese sería el homenaje póstumo más bonito que se le puede rendir a Laínez para que su obra, y sobre todo su memoria, no se pierda con el paso del tiempo.

El 21 de junio de 2019 se vio cumplido el anhelo de rotular una calle al imaginero

Y como estamos en la Casa de Hermandad del Rocío en la ciudad de Cádiz, es lógico y hasta necesario, aunque creo que a los rocieros gaditanos no les hace falta el recuerdo pero a lo mejor hay púbico que tal vez no sepa que la imagen que veneráis en el templo parroquial de San José, es esa obra que Laínez, como ya hemos explicado, hizo en el año 1938 para sustituir a la que desapareció un mal día del año 1936.

Bendecida el domingo día 14 del mes de agosto de 1938, víspera gloriosa de la Asunción de la Virgen, a las once y treinta de la mañana en la Iglesia Parroquial de San Lorenzo, por el canónigo de nuestra Catedral, Don Pedro Jesús Bravo y Sobrado, actuando como padrino el que entonces era el Alcalde de la capital, Don Juan de Dios Molina y Arroquia. Por encontrarse la sede episcopal gaditana vacante, la regía el Doctor Don Eugenio Domaica y Martínez de Doroño, que no pudo asistir al acto por encontrarse enfermo.

Y esa imagen, segunda, era -como queda más que dicho una obra de Laínez que más tenía que ver con la iconografía de la Virgen del Rosario- como ocurría con la perdida en 1936 -que con la típica acuñada ya  tradicionalmente que se venera en su Santuario de las marismas.

Con el tiempo, y para adaptarla a esos cánones establecidos, acomete una restauración el imaginero isleño Alfonso Berraquero y posteriormente, Luis González Rey.

Una nota extraída de los periódicos nos da cuenta que en 1980, “en la Parroquia de San José tuvo lugar el acto de bendición de la imagen restaurada de la Virgen del Rocío. oficiando en la ceremonia el Padre Luis López. Hubo Misa rociera en la que intervino el grupo “Voces del Guadalquivir”. El templo estaba abarrotado de fieles con numerosos rocieros de las Hermandades de la provincia”.

Curiosamente, para aquellos que crean que esta devoción es en Cádiz, de hace pocas fechas, no tengo más remedio que decir que la Capilla privada que hay en el bellísimo Palacio de Mora, situado en plena calle Ancha, está presidida y puesta bajo la advocación de la Virgen del Rocío. En un sencillo y muy novecentista retablo, la Imagen de candelero de la Virgen, en una representación totalmente alejada de los cánones almonteños, como de un metro de altura y ricamente vestida, es la que preside la recoleta y, sin embargo, bellísima capilla privada del Palacio que se inauguró para recibir en sus salones a la mismísima Reina Doña Isabel II, cuando en el año 1862, visitó la ciudad de Cádiz.

Relato esto porque creo que es una curiosidad muy desconocida por los gaditanos.

Y ya para terminar, desearos a todos los rocieros gaditanos mil éxitos en vuestros proyectos y recordar siempre que la peregrinación debe ser un acto de culto más que un acto folclórico. Procurad siempre que el Rocío no se denigre en manos de mil “famosillos” y “famosillas” que a la sombra de la Virgen, van buscando la notoriedad de la que nunca van a ser merecedores.

El Camino, creo yo al menos, debe ser como una continuidad del templo o de la recoleta Capilla. Nunca un “tablao” ni un escenario en el que el decorado principal es la Virgen del Rocío.

El próximo año 2006, se cumple el Centenario del Nacimiento de Miguel José Laínez Capote. Muy bien podría ser el año del recuerdo para que las nuevas generaciones conozcan su obra dispersa, pero sí recogida en publicaciones, y su personalidad humana. Las Cofradías y Hermandades que todavía conservan obras de Laínez, deberán ser las que durante el año organicen conferencias y actos en su honor.

Nada más ya que aportar a esta charla como no se mi gratitud hacia la Hermandad gaditana de la Virgen del Rocío, por haberme dado esta oportunidad, y a mi buen amigo José Luis Ruiz Nieto-Guerrero, por la siempre generosa aportación que me hace con sus datos y en este caso con las diapositivas que nos va a mostrar, a través de las cuales vamos a visionar la obra de Laínez, tanto la existente como la desaparecida o la transformada, además de la primicia que supone conocer la Virgen de la Merced, supuesta del Maestro que por primera vez se visiona; y las correspondientes diapositivas del Oratorio del Palacio de Mora, esa joya del XIX que se alza en plena calle Ancha.

Muchas gracias.

Ángel Mozo Polo.

Académico correspondiente de la Real de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla y Miembro de Número del Ateneo de Cádiz.

Cádiz, noviembre de 2005.

 

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