Viernes de Dolores: Stabat Mater Dolorosa

VIERNES DE DOLORES:

STABAT MATER DOLOROSA

 El anciano Simeón profetizó a María: “una espada de dolor te atravesará el alma” (Lc 2.29). La profecía comenzó a cumplirse en la cuarta estación del Viacrucis: el encuentro de Jesús con su Madre en la Vía dolorosa. La piedad popular plasmó el inmenso dolor de María con la imagen de los 7 dolores o las 7 espadas que atraviesan su corazón (1º la profecía de Simeón, 2º la huida a Egipto, 3º el Niño Jesús perdido en el templo, 4º el encuentro con María en la vida dolorosa, 5º la crucifixión, 6º el  cuerpo de Jesús en los brazos de María, 7º Sepultura de Jesús y soledad de María).

Pero el punto central de la devoción a los dolores de María está en la escena de la crucifixión: “allí, junto a la cruz de Jesús estaba de pie su madre” (Jn 19,25). Mientras todos huyeron, Ella se quedó con su Hijo y lo apoyó, asistiéndole en su agonía. Está de pie, ante la cruz de su Hijo, no le deja sólo en el momento del dolor, y estará con todos sus hijos, que somos nosotros, sobre todo en los momentos que más la necesitamos. Allí María representa misteriosamente a toda la Iglesia.

El himno Stabat Mater, obra del franciscano Jacopone de Todi (122118-1308), al mismo tiempo que canta la compasión de la Virgen ante la cruz de su Hijo, pide nuestra participación en sus dolores y en los de su Hijo, y acaba invitando a identificarnos con la Pasión, para participar después con María en la gloria del paraíso.

“La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía; cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía”
.

Estaba junto a la cruz y lloraba”, de pie, con Juan, uno a cada lado. Es una escena que inspira ternura y devoción.

La Virgen de los Dolores está con el corazón atravesado por la espada de dolor, así se cumple la profecía de Simeón. En el calvario el dolor llega al culmen de lo soportable.

El himno sigue diciendo: deber del creyente es hacer compañía a la Madre del Señor que ha quedado sola y sumergida en un profundo dolor; llorar con María que está de pie junto a la Cruz de su Hijo: “Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor?. ¡Oh dulce fuente de amor!./ Hazme sentir tu dolor para que llore contigo”, “Hazme contigo llorar …”, le dice hoy el creyente a la Virgen Madre, para acompañar “tu corazón compasivo”. “Lloro yo con ansias tantas, que el llanto dulce me sea, porque su pasión y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea”.

La hondura de esta aflicción queda solamente sugerida por el símbolo tradicional de las 7 espadas….llora no sólo la muerte del Hijo, inocente y santo, sino también el pecado de la humanidad.

El llanto es el dolor de la madre que pierde injustamente a su único hijo. No sólo sufre por perder a su hijo, sufre porque le ve morir como un fracasado, expuesto al escarnio, entre los delincuentes. Los discípulos huyeron, pero María sigue en pie, junto a la cruz, con el valor de la madre, con la bondad de la madre, con su fe que resiste ante la obscuridad. Difícilmente podremos comprender nosotros el dolor de María.

Después del descendimiento María recibe en sus brazos el cuerpo de su Hijo muerto y desfigurado. S Buenaventura dice que en María se cumplieron aquellas otras palabras de Lamentaciones 1, 13 que hablan de la inmensa desolación: “Me ha dejado  desolada, todo el día dolorida”.

Con el hijo muerto en sus brazos María es la personificación de todas las madres que, a lo largo de la historia, han llorado la muerte de un hijo. El Stabat mater la llama “fuente de amor” porque bebe del amor divino y como una llama amorosa lo transmite a los hombres.

Nuestra Señora del Stabat Mater representa un papel, muy propio de la Madre de Jesús, en las transiciones dolorosas, en las pruebas y cruces de cada día. En esa hora de la desolación María no viene nunca ni a suprimir la muerte ni las tinieblas, que ella misma vivió llena de fe. Pensemos, pues, en Ella cuando nos veamos sobrepasados por los acontecimientos, por la enfermedad y “a la hora de nuestra muerte”, como decimos en el Ave María. Y hagamos nuestra la siguiente oración:

Haced que con Vos me lamente.

Haced que arda mi corazón.

Haced que con Vos fluya mi llanto.

Haced que con Vos solloce.

Haced que me pese la muerte de Cristo.

Haced que sus Llagas me hieran.

Haced que la Cruz me guarde.

Haced que a mi alma se conceda la gloria del paraíso.

(Jacopone de Todi)

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