Aquí estás,

alumbrada a los grises gastados,

a los ocres salinos,

a la hipérbole de la luz traída,

al acúmulo de los siglos

rodeado de mar.

 

Bendita aparición

en la tarde del Lunes Santo,

cuando las estachas

en paralelo,

son el cordón umbilical

con la ciudad.

 

Apareces,

tras el temblor de las luces,

bajo la quietud de la plata

y lo negro,

entronizada.

 

Amparada entre

doce mástiles,

tronío de la plata.

 

Huele a mar

en la Plaza de San Francisco,

y se esconden de pena

todos los olores de los naranjos.

 

Rumor de pardos sayales

en Tu alma.

 

Henchidos los corazones,

que con faena de legendaria

marinería,

asoman a la clara claridad,

a la Madre de Dios

y a la Ternura.

 

Ola de espuma blanca

que nos moja la mirada.

 

Epicentro de la Humildad,

dejada caer sobre las almas.

 

Aquí estás,

en el vértigo de la Eternidad,

paradigma de la Entrega

y la Bondad.

 

Abismo que nos cautiva,

Soledad.

 

 

A Juan, que cuida Tu tránsito por la ciudad. Diciembre de 2018

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