“No perdáis la calma” 5º Domingo de Pascua Florida

No perdáis la calma

1.- Son las primeras palabras del evangelio de hoy: “No perdáis la calma”. Nos lo dice el buen pastor que ha dado su vida por las ovejas y ha resucitado. Nos lo dice a nosotros, a todos los que desde hace ya un par de meses nos vemos amenazados por el covid-19.  “Creed en Dios y creed también en mí”. Confiad, no tengáis miedo, ni siquiera cuando tengáis la impresión de que el Señor está ausente.

Las palabras de Jesús traen paz sobre la vida de los hombres: “Que no tiemble vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí”. Son su secreto, el del pastor y el de sus ovejas, el de las víctimas de todo tiempo y lugar: “Confía y ten calma”.

2.- Al acabar la última cena, Jesús pronunció este discurso de despedida, que reproducía el evangelio de hoy. Son palabras que  tienen todo el sabor y la emoción de un testamento: son las últimas voluntades de Jesús, pronunciadas horas antes de comenzar la pasión.    

         Jesús ya lo había anunciado: “heriré al pastor y se dispersará el rebaño”. Por eso les advierte: “No perdáis la calma.

Nos lo dice el mismo Buen Pastor que cada día nos llama por nuestro nombre y conoce nuestros pasos, nuestros miedos y nuestras esperanzas. El que va a ser herido nos lo dice a quienes vamos a ser curados, el que va a morir a quienes vamos a resucitar: “No perdáis la calma”.    

Para sus discípulos se acercan horas en las que, como la barquilla de la tempestad (Mc 4, 35-41), serán zarandeados por la angustia y, esta vez, habrán de enfrentarse sólos a la furia del mar. No es que Jesús ya no estará dormido en la barca: Ahora ¡Jesús no estará!. Ahora los discípulos no podrán gritar aquel angustiado: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!”

  1. La pandemia nos ha metido el miedo en el cuerpo. Pero hay un aspecto positivo que quiero subrayar: también nos ha despertado del “delirio de omnipotencia”. Es algo tan antiguo, que los primeros que sintieron el delirio fueron Adán y Eva, tentados por la serpiente: “si coméis del árbol seréis como dioses; Dios lo sabe y por eso os prohibió comer el fruto del árbol del bien y del mal”.

         Es la eterna tentación de la humanidad: prescindir de Dios, convertirse en Dios. El desarrollo de la técnica ha convencido a mucha gente de que ya no precisamos a Dios para explicar nuestros problemas y buscar soluciones, somos capaces de dominar la naturaleza.

Pues bien, la pandemia nos ha despertado del “delirio de la omnipotencia”. Ha bastado un elemento minúsculo de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para eliminar la fuerza del covid-19. Tenía razón el viejo salmo 49: El hombre en la prosperidad se cree su propia suficiencia, pero lo cierto es que perece como perecen los animales.

La pandemia nos ha desenmascarado, y hemos caído en la cuenta de que esa omnipotencia que habíamos hecho nuestra no es tal, al revés somos vulnerables; nos hemos dado cuenta de que esas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades eran seguridades aparentes…. Nos hemos dado cuenta que el sostén y la fuerza de nuestra vida está solamente en el Señor.

Llegó el coronavirus propagándose a gran velocidad, y sin atender a ninguna clase de fronteras, se ha expandido y nos ha dejado hospitales colapsados y cadáveres por toda la tierra. Nuestra autosuficiencia ha caído por el suelo. Pedimos con ansiedad información a los expertos, pero ellos reconocen que no sabemos nada del virus. No hay vacuna. No hay tratamiento específico. Entonces preguntamos despavoridos: ¿qué podemos hacer?. Las respuestas son simples: “Lávense las manos; al toser o al estornudar protéjanse con el brazo, póngase la mascarilla, etc.”  

   Estos días hemos visto el esfuerzo grandioso realizado en los hospitales, un esfuerzo que ha salvado muchas vidas. Afortunadamente disponemos de una red sanitaria muy capaz. Pero en ciertos aspectos seguimos como en otros tiempos, cuando la única reacción posible ante la peste era enterrar cuanto antes los cadáveres y blanquear las paredes (a veces frescos fantásticos de las iglesias) como única forma de acabar con el virus.

4.- Se ha repetido entre nosotros la famosa escena de la barquilla de los apóstoles. Mientras el oleaje amenazaba a la barca, Jesús dormía profundamente en la popa. A pesar del bullicio y los nervios de los apóstoles que veían peligrar la barca ante el oleaje Jesús dormía. Así hasta que le despertaron, y él calmó el viento y las aguas, y les dijo a los discípulos: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».

Resulta que habíamos dado la espalda a quien es nuestro cimiento, el que alimenta, sustenta y da fuerza a nuestra vida. La tempestad, es decir covid-19, ha puesto al descubierto que somos muy vulnerables.

Ante el virus se nos cayeron los disfraces. Nos dimos cuenta que no somos tan poderosos como creíamos, nuestro ego se desinfló, y nos dimos cuenta de que abandonados a nuestras propias fuerzas nos hundimos.

El evangelio nos dice hoy: «No perdáis la calma». El Señor nos interpela y, en plena tempestad, nos invita a activar esa esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.

5.- Y no sólo nos dice “no perdáis la calma”, nos dice también: “Creed en Dios y creed también en mí”, pues para vosotros he venido, por vosotros he entregado mi vida.

La fe nos da claves para interpretar los acontecimientos que vivimos, aunque éstos sean tan crueles y dolorosos como los actuales.

         Acabo mi reflexión con otro salmo, el 61, en el que el orante nos invita a dirigir nuestra mirada al Señor, que es nuestro cimiento, un baluarte inexpugnable: “Descansa sólo en Dios, alma mía, /porque él es mi esperanza/; sólo él es mi roca y mi salvación/, mi alcázar: no vacilaré”.

 

NOTAS FINALES

a.- El lunes se abren las iglesias. Y acabada ya esta temporada llamada “viral”, pues hemos seguido la misa desde la televisión, ya podremos participar presencialmente de la eucaristía.

Ya es la hora de volver a la comunidad para confesar nuestra fe y alimentarnos con el Pan de la Eucaristía. Es preciso que volvamos a celebrar el Día del Señor. Para los que tengáis que seguir el confinamiento debéis saber que el Sr. Obispo mantiene la dispensa del precepto dominical.

La iglesia la abriremos hacia las 11 y por la tarde a las 19’30.

 

b.- Tendremos que acostumbrarnos a entrar responsablemente en el templo. Entre las disposiciones emanadas del obispado os selecciono las siguientes:

– Es necesario el uso de la mascarilla.

– Tanto al entrar como al salir tenéis que desinfectaros las manos con gel hidroalcohólico (dicho gel lo encontraréis en las puertas).

– Sólo se podrán colocar dos personas en cada banco (en los extremos).

– La Sagrada Comunión se recibe en la mano.

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