La Luz,
de la llanura suave
de los cristales dormidos,
la Luz,
en los campos
de las húmedas violetas,
la Luz,
saliendo a la clara claridad,
al paisaje humano
cimentado en los grises gastados.
Quietud en las fachadas
que rezuman ocres salinos.

La Luz,
precipitada al mar expectante
de las gentes,
al aliento solidario con lo celeste.
La Luz,
sobre el oleaje virtuoso
de las rocallas doradas,
donde duermen
los apretados claveles
de Lunes Santo.
Monte rojo,
recuerdo permanente,
consolidado,
de aquel Calvario
donde los enterrados huesos
soportaron la Cruz.

La Luz,
alumbrando a la urbe trimilenaria.
La Luz,
engastada como perla viva,
en las raíces cristianas
de la Patria nuestra.

La Luz, la Cruz,
a hombros de los entregados
cuerpos,
la Luz,
sobre columnas vertebrales
que se tuercen,
la Luz,
entre dos torrentes negros
de luces levantadas al cuadril.
Sobre la noche amarga
del Calvario :
la Luz de la Vera-Cruz.

En noviembre de 2019
Miguel Morgado Conde

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