Introducciones para vivir El Triduo Pascual

A todos los Hermanos que salís en procesión desde nuestra iglesia de San Francisco: Paz y Bien.

Yo sé que muchos estáis siguiendo las Celebraciones Litúrgicas de estos días por la televisión. Pero el confinamiento hace que nuestros días sean muy largos, ahora todos tenemos más tiempo. Por si queréis  preparar el seguimiento que vais a hacer de los Oficios, me he permitido enviaros estas introducciones para cada uno de los tres días (jueves, viernes y sábado). Puede que os sirvan también para alimentar vuestros momentos de oración.

El Triduo pascual

La Semana santa, la semana más importante del año, nos sumerge en los acontecimientos centrales de la Redención, el Misterio pascual, el gran Misterio de la fe.

Desde El Jueves Santo, con la Misa en la Cena del Señor, los Oficios nos ayudarán a meditar de modo más vivo la pasión, la muerte y la resurrección. Que la gracia divina abra nuestro corazón para que comprendamos el don inestimable que es la salvación que nos ha obtenido el sacrificio de Cristo en la cruz.

El himno de la Carta a los Filipenses (cf. Flp 2, 6-11) nos narra maravillosamente ese don, que en Cuaresma hemos meditado muchas veces. El Apóstol recorre la historia de sagrada, a partir de la soberbia de Adán que quiso ser como Dios.Y a esta soberbia del primer hombre, que todos sentimos un poco en nuestro ser, contrapone la humildad del verdadero Hijo de Dios que, al hacerse hombre, no dudó en tomar sobre sí todas las debilidades del ser humano, excepto el pecado, y llegó hasta la profundidad de la muerte. A este abajamiento hasta lo más profundo de la pasión y de la muerte sigue su exaltación, la verdadera gloria, la gloria del amor que llegó hasta el extremo. Por eso es justo —como dice san Pablo— que “al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!” (Flp 2, 10-11).

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

(Lope de Vega)

A.- El Jueves Santo  la Iglesia conmemora la institución de la Eucaristía, el sacerdocio ministerial y el mandamiento nuevo.

– En la Misa Crismal, que el Obispo celebra con los sacerdotes por la mañana (este año debido a la pandemia el Sr. Obispo la ha dejado para más adelante) en la que juntos renuevan las promesas sacerdotales pronunciadas el día de la ordenación. Es un momento en el que los sacerdotes reafirman su fidelidad a Cristo, que los ha elegido como ministros suyos.

Institución de la Eucaristía: San Pablo ofrece uno de los testimonios más antiguos de lo que sucedió el Jueves en el Cenáculo. “El Señor Jesús —escribe san Pablo al inicio de los años 50, basándose en un texto que recibió del entorno del Señor mismo— en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo:  “Este es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía”. Asimismo, después de cenar, tomó el cáliz diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en memoria mía” (1 Co 11, 23-25).

Estas palabras, llenas de misterio, manifiestan con claridad la voluntad de Cristo: en el pan y el vino se hace presente con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Es el sacrificio de la alianza nueva y definitiva, ofrecida a todos. El Jueves Santo nos invita a dar gracias a Dios por el don supremo de la Eucaristía, que hay que acoger con devoción y adorar con fe viva. Por eso, la Iglesia anima, al finalizar los Oficios, a velar ante el Santísimo Sacramento, recordando la hora triste que Jesús pasó en soledad y oración en Getsemaní antes de ser arrestado y luego condenado a muerte.

Mandamiento Nuevo:Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34)

El lavatorio de pies, el rito más popular del Jueves, da visibilidad al mandamiento: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies… os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también hagáis”(Jn 13, 15).

 Soneto al Señor Crucificado

No me mueve, mi Dios, para quererte

el Cielo que me tienes prometido

ni me mueve el Infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor. Muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme el ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas, y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,

y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera

                                                     (Anónimo, atribuido a Santa Teresa).

 B.- El Viernes Santo es el día de la pasión y la crucifixión del Señor. Cada año, situándonos en silencio ante Jesús Crucificado, comprobamos lo llenas de amor que están las palabras pronunciadas por él en la última Cena: “Esta es mi sangre de la alianza, que se derrama por muchos” (cf. Mc 14, 24). Jesús quiso ofrecer su vida en sacrificio para el perdón de los pecados de la humanidad. Es u  misterio insondable para la razón. Estamos ante algo que humanamente podría parecer absurdo: un Dios que no sólo se hace hombre, con todas las carencias y necesidades del hombre; que no sólo sufre para salvar al hombre cargando sobre sí toda la tragedia de la humanidad, sino que además muere por el hombre.

La muerte de Cristo recuerda el cúmulo de dolor y de males que pesan sobre la humanidad de todos los tiempos: el peso aplastante de nuestro morir, el odio y la violencia que aún hoy ensangrientan la tierra. La pasión del Señor continúa en el sufrimiento de los hombres.

El Viernes Santo es un día lleno de tristeza, pero al mismo tiempo es un día propicio para renovar nuestra fe, para reafirmar nuestra esperanza y la valentía de llevar cada uno nuestra cruz con humildad, confianza y abandono en Dios, seguros de su apoyo y de su victoria.

Adorando la Cruz (Cardenal Martini)

Adorando juntos la cruz,

signo de nuestra salvación,

pedimos humildemente perdón por nosotros,

por las culpas con que estamos manchados,

pedimos perdón también en nombre de todos los que

no saben pedir perdón al Señor por sus culpas.

Ellos ignoran de cuánta alegría y de cuánta paz

estaría lleno su corazón si supieran hacerlo.

Pedimos perdón en nombre de toda la humanidad

por tanto mal cometido por el hombre contra el hombre,

de tanto mal cometido por el hombre contra el Hijo de Dios,

contra el Salvador Jesús,

contra el profeta que tenía palabras de amor.

Y ponemos nuestra vida en manos del crucificado,

para que él, redentor bueno,

redima y salve al mundo,

redima y salve nuestra vida

con el consuelo de su perdón.

Amén.

El Viernes Santo leemos siempre la Pasión según San Juan (18, 1-19,42). Y la Cruz es el centro de los Oficios, por eso después de la lectura de la Pasión, recibimos la Cruz victoriosa del Señor para adorarla y manifestarle nuestra fe y nuestro agradecimiento. En la Cruz Jesús venció todo mal, todo lo que hay de muerte en nosotros. De la Cruz brota una fuente inagotable de vida.

ESTA TARDE, CRISTO DEL CALVARIO (Gabriela Mistral)

Esta tarde, Cristo del Calvario,

Vine a rogarte por mi carne enferma;

pero al verte, mis ojos van y vienen

de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarte de mis pies cansados

cuando veo los tuyos destrozados?.

¿Cómo mostrarte mis manos vacías

cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad

cuando en la cruz alzado y solo estás?

¿Cómo explicarte que no tengo amor

cuando tienes rasgado el corazón?.

 

Ahora ya no me acuerdo de nada,

huyeron de mí todas mis dolencias.

El ímpetu del ruego que traía

se me ahoga en la boca pedigüeña.

y sólo pido no pedirte nada,

Estar aquí, junto a tu imagen muerta,

Ir aprendiendo que el dolor es solo

la llave santa de tu santa puerta.

C.- Sábado Santo: día de silencio en espera de la resurrección de Jesús. La Iglesia vela en oración como María y junto con María, hoy Virgen de la Soledad, compartiendo sus mismos sentimientos de dolor y confianza en Dios. Hoy se recomienda conservar durante todo el día un clima de oración, favoreciendo la meditación.

Es el día del silencio, de la soledad en que quedó la Virgen ante el sepulcro de su Hijo. Pero es también el día en que –de acuerdo con una antigua tradición oriental- el arcángel Gabriel volvió a María, en esta ocasión para anunciarle la Resurrección de su Hijo. El luto y el silencio del día se abren así a la esperanza.

El recogimiento y el silencio del Sábado Santo nos llevarán en la noche a la solemne Vigilia pascual, “madre de todas las vigilias”, cuando resonará en todas las iglesias el canto de alegría por la resurrección de Cristo. Una vez más, se proclamará la victoria de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte, y la Iglesia se llenará de júbilo en el encuentro con el Señor Resucitado. ¡¡ALELUYA!!

Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas.
Clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la limpia
tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.

Déjame que te restañe
ese llanto cristalino,
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.

Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
– No, mi Niño. No, no hay quien
de mis brazos te desuna.
Y rayos tibios de luna
entre las pajas de miel
le acariciaban la piel
sin despertarle. Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel.

¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel
desde el marco del dintel
te saludó: -Ave, María?
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.

A ti, doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en que el alma reposa.
A ti, ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María.

(Gerardo Diego)

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Dispongámonos a vivir intensamente el Triduo Pascual. En este itinerario nos acompaña la Virgen Santísima, que siguió a su Hijo hasta el Calvario, participando con gran pena en su sacrificio, y cooperando así a nuestra redención. Juntamente con ella entraremos en el Cenáculo el Jueves, permaneceremos al pie de la cruz el Viernes, velaremos el sábado ante el sepulcro del Señor de tal forma que celebraremos gozosamente la Resurrección de Cristo en la Vigilia Pascual.

 

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