Domingo de Ramos en La Pasión del Señor

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

1.- Entramos en Semana Santa con una procesión de aclamación: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor, etc. Pero en la misa de este domingo predomina la lectura de la Pasión.

Durante toda la Semana Santa viviremos ambos aspectos: las aclamaciones y los ramos anticipan la gloria de la Resurrección, pero Cristo llega a la victoria a través de la pasión y de la muerte.

La liturgia de Domingo de Ramos nos muestra las dos caras del misterio de la Pascua. En su Pasión soporta una condena reservada a los esclavos, la muerte de cruz, pero el Padre cambió este camino en camino de gloria y resurrección.

2.- San Mateo comienza el relato de la pasión en la última cena. E inmediatamente coloca a Jesús en Getsemaní: allí «Comenzó a sentir tristeza y angustia”». Es un Jesús irreconocible. Él que había mandado parar al mar y los vientos y le obedecieron, Él que decía a todos que no tuvieran miedo, ahora es presa de la tristeza y la angustia.

En el mismo umbral de la Pasión, ve que “ha llegado la hora”, y siente con horror toda la suciedad y la perfidia que debe beber en aquel “cáliz”, que rebosa de pecado y de muerte.

Y una vez más se pone en oración en Getsemani: «¡Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz!».  No es la angustia del hombre ante su muerte, es el choque frontal entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte. La experiencia es tan fuerte  que el sudor del rostro se transforma en sangre. Y ante lo que se le vienen encima, pide no tener que beber ese cáliz. Pero fiel a la voluntad del Padre, le dirige una segunda: “que no se haga mi voluntad sino la tuya”.

3.- San Mateo acaba el relato de la pasión poniendo en labios de Jesús un versículo del Salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Pero en sus horas de pasión Jesús rezó el salmo entero: “¡Dios mío,  te grito, pero no respondes… yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente y desprecio del pueblo… se burlan de mí; mis huesos están descoyuntados, se derriten mis entrañas, mi garganta está seca como una teja,  la lengua se me pega al paladar…me taladran las manos y los pies, se  reparten mi ropa,…sálvame, Señor”

Jesús recitó este gran Salmo de los creyentes afligidos, la plegaria de todos los hombres que padecieron en este mundo la ausencia de Dios y conocieron la tortura y el desamparo.

Este Salmo 22 impregna la narración de la Pasión: la humillación pública, el escarnio y los golpes, las mofas, los dolores, la sed terrible, clavado de pies y manos. Jesús revive todo el salmo en su pasión.

Pero en su Pasión Jesús se proyecta también sobre el futuro. Blas Pascal dijo: «Cristo está en agonía, en el huerto de los olivos, hasta el fin del mundo. No hay que dejarle solo en todo este tiempo». El crucificado lleva sobre sí  todas nuestras tribulaciones; el suyo es un sufrir en comunión con nosotros, por nosotros, por eso lleva a cabo la redención de todos los hombres.

Agoniza allí donde hay un ser humano que lucha con la tristeza, el pavor, la angustia; basta que pensemos que estos 10.000 (datos del día 4) españoles que han muerto por el corona virus que vivieron solos, sin ningún consuelo, su agonía y su muerte. No podemos hacer nada por el Jesús agonizante de entonces, pero podemos acompañar al “Jesús” que agoniza hoy.

¡Cuántos huertos de los olivos, cuántos calvarios en el corazón de nuestras ciudades! . No dejemos solos a los que están crucificados.

4.- Entre los personajes de la Pasión, San Mateo es el único que reseña el final de Judas y la conversión del centurión.

Cuando Jesús llegó al tribunal de Pilato, Judas vio que Jesús sería condenado; el evangelista subraya que se arrepintió. La luz del maestro iluminó por un momento el alma de Judas, y se dijo: “he pecado entregando sangre inocente”; pero esto no le llevó al arrepentimiento sino a la desesperación y al suicidio.

El Centurión representa el caso contrario. Él no era creyente y estaba en el calvario custodiando a los condenados. Su reacción ante el Crucificado es el temor. Temor no es miedo, sino un dejarse atrapar por Dios. A través de la muerte de Jesús, el ocultamiento del sol, el terremoto, … mediante aquellos acontecimientos Dios le entró hasta los huesos. Y el centurión confesó: “Verdaderamente este era el Hijo de Dios”. Este soldado romano, que era pagano, se une  al grupo de aquellas mujeres que acompañaron a María al pie de la cruz, para formar la primera célula de la Iglesia.

Señor, muchas veces nos hemos colocado en el calvario como los curiosos; en ocasiones hemos hecho como aquellos que pedían el milagro (“baja de la cruz”) y creeremos en ti, a veces incluso hemos insultado, o hemos hecho gala de la dureza de corazón…

Al comenzar esta Semana Santa enséñanos a estar junto a ti, con María la Virgen y las mujeres que te acompañaron, para que podamos lavarnos en el río de compasión y del amor que mana de la cruz y baña toda la tierra. Enséñanos a contemplar esta inmensa pasión de amor y de dolor.

Y que también nosotros podamos decir con el centurión: “Verdaderamente este es el Hijo de Dios”.

Lecturas del Día

Evangelio de la procesión: Mateo 21, 1-11

1ª Lectura: Isaías 50, 4-7

2ª Lectura: Filipenses 2, 6-11

Evangelio: Mateo 26, 14-27, 66

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