CUARESMA| Carta Pastoral para la Cuaresma 2018

Queridos fieles diocesanos:

El próximo miércoles día 14 comienza el tiempo santo de la Cuaresma con la imposición de la ceniza.

La ceniza habla de caducidad, de lo perecedero, y es también signo de la posibilidad de resurgir. La ceniza nos llama asimismo a la humildad, a la austeridad. Simboliza el árbol quemado, pues fue precisamente en un árbol -el árbol de la cruz- donde Jesucristo fue crucificado. El árbol de la cruz es el árbol de la vida que anticipa también la Pascua.

Es necesario abrirse a la gracia de Dios viviendo intensamente los elementos que nos ofrece este tiempo, especialmente a través la liturgia, y que el fuego pascual de la caridad caliente los corazones fríos para que puedan resurgir de sus cenizas.

Hemos de procurar vivir lo mejor posible la renovación bautismal que este tiempo nos ofrece. No digamos que nos sorprende “otra cuaresma más”, sino salgamos animosos al encuentro de Cristo y de los hermanos valorando este tiempo como un verdadero regalo que nos ofrece Dios como una gracia especial. La Cuaresma es un ejercicio espiritual, un esfuerzo personal que tenemos que hacer los cristianos para prepararnos a vivir la Pascua de la Resurrección de Cristo en toda su fuerza y plenitud. En ella se nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, estimulándonos a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos.

Os invito, por tanto, a intensificar lo más posible la participación en la vida parroquial y de cada comunidad para que la gracia de Dios llegue a todos, a los más cercanos y a los alejados. Hemos de fomentar el encuentro con el Señor y la identificación en los misterios de la redención para lo cual podemos participar en retiros, ejercicios espirituales, charlas cuaresmales, y, sobre todo, en la liturgia diaria y dominical que sea verdaderamente expresiva de nuestra relación con Dios. Quien viva estas semanas como tiempo de conversión y de seguimiento más intenso con Cristo crecerá en su testimonio y compromiso cristiano.

Desde hace mucho tiempo el Papa ofrece un Mensaje para la Cuaresma. Esta vez nos advierte de los falsos profetas que apagan el amor de Dios en nosotros. Esto provoca comunidades envenenadas por el egoísmo, el pesimismo, la crítica y la tentación de aislarse. Por ello nos invita a la conversión y a la coherencia de la vida cristiana para contrarrestar este enfriamiento de la caridad, aprovechando los rasgos característicos de la cuaresma: ayuno, limosna y oración. Esta reflexión y propuesta ha de marcar los gestos y el testimonio de la Iglesia universal.

El Santo Padre anuncia en su Mensaje: “Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». Confío, como en años anteriores que las parroquias se organicen para sumarse a esta jornada.

Os aconsejo vivamente participar en las Conferencias Cuaresmales, charlas que suelen ofrecerse en las parroquias para profundizar en la fe, haciendo el esfuerzo de volver a los fundamentos de nuestra vida bautismal y procurar la conversión del corazón. He pedido a los sacerdotes profundizar este año en las notas de mi carta pastoral al comienzo del Año Jubilar para hacer la renovación de fe que esperamos.

Os invito de nuevo a abundar más en el sacramento de la reconciliación, tan recomendado en este tiempo como medio para la conversión. La Cuaresma es tiempo de reconocer nuestros pecados. Sabemos de sobra que somos pecadores. Ni hacemos todo el bien que deberíamos hacer ni vivimos como Dios quiere, sino que el egoísmo, la comodidad, el resentimiento, el falso respeto a la opinión de los demás, nos someten y nos llevan al mal. Necesitamos reconocer nuestro pecado y pedir perdón a Dios tratando de cumplir sus mandamientos y sus expectativas sobre nosotros. Participad en las celebraciones comunitarias de la penitencia que suelen ofrecerse estos días, pero acercaos también al confesionario con más frecuencia buscando la gracia y el consejo personal propio del sacramento, más aprovechado si se hace con sosiego y deseo de renovación interior.

El progreso en el camino cuaresmal, que es una verdadera peregrinación interior, viene marcado por la liturgia diaria y, sobre todo, dominical. Necesitamos orar, leer a diario el Evangelio. La participación en la Santa Misa, en las celebraciones de la Palabra de Dios y en los ejercicios de piedad, especialmente el Via Crucis, nos llevan a una identificación interior con los sentimientos de Cristo que no podemos despreciar. Necesitamos la ayuda de Dios, que es iluminación interior, clarividencia, fortaleza, confianza, motivaciones, libertad verdadera y amor eficaz. De aquí surge el arrepentimiento, la invocación, el cambio de vida, la renuncia al mal y el crecimiento en las buenas obras. Así seremos mejores, más verdaderos, más justos, más generosos, más cumplidores de nuestros deberes, más dedicados a las cosas de Dios y de la Iglesia, más atentos al bien de los demás, buscando lo perfecto en lo que hacemos habitualmente.

El papa Francisco nos ha convocado a una Jornada de Oración y Ayuno por la Paz en el mundo el próximo viernes 23 de febrero. Esta jornada de oración estará dedicada de forma especial a pedir el cese de las guerras, la violencia y otro tipo de amenazas, particularmente la violencia en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur, según explicó el Papa tras el rezo del Ángelus dominical al convocarlo. Francisco ha hecho un llamamiento para que el mundo “escuche este grito” y para que cada persona “en su propia conciencia, ante Dios, nos preguntemos ‘¿qué puedo hacer yo por la paz?”. Que la oración comunitaria y en privado nos una en comunión con el Santo Padre y de la Iglesia universal orante, que intercede ante Dios.

Junto a la oración está la limosna, el ejercicio más propio de la Cuaresma, como expresión de penitencia y de amor al prójimo. Representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales. No somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un instrumento de su providencia hacia el prójimo. Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad. La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros. Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría. Restringid, pues, los gastos no necesarios para vivir la caridad y la misericordia, con justicia y de generosidad. Limosnas de dinero, de tiempo, de afecto y reconciliación, de ayuda desinteresada a quien de verdad la necesite. Dad más dinero en la Iglesia, dádselo a los pobres, directamente o por medio de Cáritas. Ya sabéis, el Señor quiere que demos a quien no nos puede devolver nada, que la mano izquierda no sepa lo que damos con la derecha, que devolvamos bien por mal y tengamos un corazón bueno y grande como el de nuestro Padre celestial. Visitad a los enfermos y socorred a cualquier necesitado de ayuda o consejo.

Ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios.  Esta antigua práctica penitencial puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y principal mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio. El ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. El verdadero ayuno, nos ha dicho el Señor, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará”.

El ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Con el ayuno y la oración le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.

La Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia. Es una peregrinación en la que Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza. Podemos aprender de Cristo a hacer de nuestra vida un don total. Imitándolo estaremos dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos. La respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por él. Es la renovación interior que pretende también la peregrinación a la Catedral en el Año Jubilar. Aprovechemos individualmente y como comunidad esta gran oportunidad.

Permanecer con María y Juan, el discípulo predilecto junto a Aquel que en la cruz consuma el sacrificio de su vida por toda la humanidad, nos ayuda a aprender las lecciones de Cuaresma. María, Madre y Esclava fiel del Señor, nos enseña suavemente a los creyentes a proseguir la “batalla espiritual” de la Cuaresma. La Virgen María, “Causa de nuestra alegría”, nos sostendrá en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para entrar en el gozo de Cristo resucitado, renacidos en Dios.

Que cada familia y comunidad cristiana se aplique a la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo.

Contad con mi oración y cercanía para caminar como Iglesia en comunión.

+ Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta
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