Artículo “De rodillas Señor ante el Sagrario”, por NHD. Miguel A. Prieto Cantero

 

Con esta frase “de rodillas Señor ante el Sagrario” comienza el himno del XXXV congreso eucarístico internacional celebrado en Barcelona en 1952 que compusiera el ilustre escritor gaditano José María Pemán. Una frase que hace referencia al tema que quiero tratar hoy, la adoración eucarística.

En los últimos años, la liturgia de nuestras iglesias han perdido esplendor y sentido, y muchas veces se han convertido en dinámicas inventadas. La liturgia católica, sin embargo, que bebe de siglos de tradición, nos revela en la sencillez de la simbología de estos días, una verdad incuestionable para todo católico que se confiese como tal, la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, en el pan consagrado que deja de ser tal para convertirse misteriosamente en el cuerpo de Nuestro Señor.

Esta es una verdad de fe, y solo iluminada desde la fe puede comprenderse que todo un Dios se haga vulnerable bajo la apariencia de un trozo de pan y un poco de vino. Real y verdaderamente Dios está ahí, y hemos de comportarnos como corresponde a esta verdad misteriosa. Desde el atuendo que llevemos en las exposiciones del santísimo o procesiones del Corpus, hasta la necesidad de engalanar nuestras fachadas y echar flores al paso de Jesús Sacramentado.

La liturgia de estos días, (si se hace como manda la Iglesia) nos irá descubriendo este misterio. En las procesiones de Corpus de las distintas parroquias veremos al sacerdote revestido con capa pluvial y paño de hombros, bajo palio. Veremos que los Hermanos Mayores irán despojados de sus atributos de poder, pues ante Dios mismo, todos somos nada. El Obispo, sin solideo y sin báculo, mostrará que lejos de ser él nuestro pastor (el báculo es el bastón del pastor de la diócesis), nuestro único pastor ese día será Jesús Sacramentado. Es tradicional también que nadie ocupe puestos centrales en las procesiones eucarísticas (a excepción de guiones y banderas). Otro elemento llamativo es el llamado lábaro, que procesiona (o debe procesionar) justo antes de la custodia y es portado “de espaldas”, esta insignia es como un dedo que durante todo el recorrido nos señala que ahí está Dios en cuerpo, sangre, alma y divinidad.

Dios mismo, el que nació en Belén, pasó su vida haciendo milagros, fue crucificado, muerto y sepultado, el que resucitó de entre los muertos, Él mismo, sin distinción ninguna a cuando habitó entre nosotros, es quien está presente en la sagrada forma, expuesta de modo solemne y paseada por las calles de nuestra Ciudad.

Sabiendo esto, entendemos mejor ese “de rodillas Señor ante el sagrario”, pues no podemos ser tan ególatras que lleguemos a creer que somos alguien ante la presencia de Dios. Debemos, tenemos más bien, que caer de rodillas ante su presencia real. Enseñar a nuestros niños la necesidad de la adoración, practicarla nosotros ante el sagrario y ante el paso de Jesús Sacramentado. No es una imagen, no es nuestra devoción de tal o cual santo, no es una representación de Dios o la virgen, es Cristo mismo, y ante Él, como nos manda la Iglesia y como no puede ser de otra manera, debemos caer arrodillados, adorarlo, reconocerle como el Único Dios Verdadero. Tenemos que recordar que fuera de Él no hay nada ni existe nada. Arrodillémonos ante la custodia y ante Jesús sacramentado, pues uno de los fines del cristiano es la adoración, tan necesaria en nuestro tiempo. Con los actos externos debemos mostrar las realidades internas, e igual que un beso o un abrazo sirve para expresar a alguien la realidad invisible del amor que le profesamos, arrodillarnos, echar flores y rendir honores al Santísimo Sacramento debe ser la forma conque externamente mostremos que reconocemos que solo Dios es Dios y a Él solo el Honor y la Gloria.

“¡Viva Jesús Sacramentado! Viva y de todos sea amado”

NHD Miguel Ángel Prieto Cantero es Vocal de Formación y Liturgia.

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