450 AÑOS DE LA HERMANDAD DE LA VERA+CRUZ

Un aniversario desde su interior*

«Por tenerlo así determinado el Cielo, al cabo de tantas edades y siglos (…) será servido se celebre otra tal memoria al día en que el rey de Castilla, D. Alonso el Sabio, sacó esta ciudad de la opresión y yugo de los africanos, víspera o día de la Exaltación de la Cruz, a los 14 del mes de septiembre del año 1262»

De esta forma, se expresaba el historiador Agustín de Horozco cuando, a finales del siglo XVI, componía su obra sobre la Historia de Cádiz. Y es que la presencia de la Verdadera Cruz de Cristo en nuestra ciudad es un hecho asociado indefectiblemente a su constitución como ciudad cristiana. Como si se tratase de una rememoración de los maravillosos acontecimientos acaecidos durante la Batalla del Puente Milvio en el año 312, Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León, cual Constantino romano, puso la santa esperanza de la toma de Cádiz en el siglo XIII en la ostensión de la Vera Cruz ante los infieles mahometanos que aún permanecían en la plaza. Conocía muy bien aquella máxima latina: “In hoc signo vinces”, ‘con este signo vencerás’. Y, como tradicionalmente se ha aceptado, el día la Cruz de 1262 ganó Cádiz definitivamente para la Cristiandad.

Cádiz, una ciudad marcada desde entonces por la devoción al Crucificado y a la Santa Cruz. Alfonso X la clavó sobre la orilla del mar gaditano; así se intituló su Catedral; a ella se encomendaron los gaditanos cuando el asalto inglés, cuya representación aún hoy se conserva en el Museo Catedralicio; con ella por delante se llevó a la Virgen de la Palma a calmar las aguas del océano; ante ella juraron los diputados de 1812 la primera constitución española. Etc. etc. etc. ¡Cádiz y la Cruz!

Bien pudiera haber sido este el título de los sermones cuaresmales que debió de predicar fray Juan Navarro, franciscano, cuando vino a nuestra ciudad en 1560. Los historiadores más aventajados ven en este hecho el inicio de la fundación del convento de San Francisco, que tardó seis años más en materializarse, y así en 1566 el P. Navarro, para entonces provincial de los franciscanos en Sevilla, estableció de forma permanente una comunidad de hermanos menores en suelo de Cádiz. Y con él también llegó la devoción a la Vera Cruz, constituyéndose la Cofradía de su nombre, de la que ya existen documentos del año 1567, cuando se le entregó los terrenos para construir su primitiva capilla.

Han pasado 450 años desde aquellos momentos. 450 años mirando al que traspasaron (Cf. Jn 19, 37), al Santísimo Cristo de la Vera Cruz. En sus llagas, que nos han salvado, sigue reposando el corazón de esta Cofradía, que ve en aquellos remotos tiempos del siglo XVI el inicio de una línea temporal que, basada en la devoción y en el más puro concepto de hermandad, quiere seguir proyectando hacia el horizonte, recogiendo el testigo de sus antepasados y entregándoselo a las generaciones más jóvenes y aun venideras de hermanos de nuestra Cofradía.

Precisamente, el cartel anunciador de la efeméride, obra extraordinaria y valiente de la pintora sevillana Nuria Barrera, quiere representar que, al igual que en la Hermandad, al igual que en nuestras vidas, el centro es el Santísimo Cristo de la Vera Cruz. Un Cristo sobre un fondo negro, el negro de nuestras vidas, que sin Él no tiene color, ni sentido, ni fuerza. Un negro que sólo puede tener luz, ¡y qué luz!, cuando hacemos a Cristo presente a aquellos que más lo necesitan; cuando hacemos de esta Hermandad una extensa familia de cristianos, donde caben todos; cuando fijamos en Él nuestra mirada y nos sabemos Hijos de Dios por la Sangre que Él derramó…

Es el color del cielo y de la vida. El azul y el verde. El azul, abajo, como el mar de Cádiz, como el cielo que nos circunda que se extiende hasta el horizonte. Y el verde, arriba, como la Cruz salvadora de Cristo, árbol de vida para todos. Contemplando esta obra se puede decir con toda razón aquello que cantamos en la liturgia del Viernes Santo: “Mirad el árbol de la Cruz donde está clavada la salvación del mundo”.

Ojalá que en esta celebración de los cuatro siglos y medio de nuestra Hermandad también se unan lo ganado y lo perdido. Que se unan lo que se llevaron o destrozaron los ingleses, como aquella reja de caoba y ébano “que no se le hallaba precio”, según dijera fray Jerónimo de la Concepción. Que se sume la plata que se entregó para la defensa de la ciudad frente a los franceses. Que también lo hagan aquellos frailes de esta casa que tuvieron que irse exclaustrados durante el período de la Desamortización. Que se unan la dolorosa italiana, la Soledad del XIX y el archivo de la Hermandad que almas sin Dios arrasaron en el 31. Que se unan todos ellos, y que todos demos gloria a Dios por estos 450 años de Hermandad, y hagamos el propósito y el voto de seguir profesando a Cristo, y de seguir amando a nuestra Cofradía por encima de todas las contrariedades, dificultades y problemas que a lo largo de los años se nos puedan presentar.

Por otro lado, nada menos que un Año Jubilar nos ha regalado en Papa Francisco con este motivo. El pasado 14 de septiembre, festividad de la Santa Cruz, se abrió solemnemente la Puerta Santa, y abiertas permanecerán durante algo más de un año, para que todos aquellos que pasen por ella y vengan devotamente hasta la plantas del Santísimo Cristo de la Vera Cruz puedan apreciar cómo de forma tan singular se les abre las Puertas del Cielo por medio de la indulgencia plenaria que está concedida y el cambio de vida que ha de llevar anejo. Los Decretos del Año Jubilar, en efecto, se encuentran expuestos permanentemente en la capilla de nuestra Cofradía, con su correspondiente traducción, para que no desaprovechemos tan singular oportunidad de santificarnos.

Estos 450 años son, por todo lo expuesto y por todo lo que vendrá, un tiempo de reflexión, un tiempo de gratitud, un tiempo de Hermandad, y un tiempo de salvación.

Un tiempo de reflexión, donde el silencio y la profundidad de nuestra Estación de Penitencia de cada Lunes Santo deben estar presentes en el discurrir procesional diario de nuestras vidas, para encontrar en él las causas que han podido enturbiar nuestra Hermandad, nuestras relaciones con otros hermanos o, incluso, nuestro propio existir. Encontrarnos allí con el Cristo que da la Vida nos hará superar individualismos y rivalidades; nos ayudará a conocer bien quiénes somos; y nos mantendrá, sostenidos por el Espíritu Santo, “arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2, 7).

Un tiempo de gratitud, para reconocer a todas aquellas personas e instituciones que nos acompañan en este caminar cotidiano todo el bien que hacen en nosotros. Son nuestros directores espirituales, nuestros frailes franciscanos, las hermanas del Rebaño de María, nuestros predicadores, nuestros bienhechores, nuestros allegados, nuestros hermanos comprometidos y tantos y tantos otros que forman parte de esta familia fraternal de la Vera Cruz. Y, por supuesto, ha de ser ocasión para mostrar nuestro emocionado agradecimiento a los hermanos que ya no están entre nosotros y que hicieron grande a esta Hermandad. Se lo agradeceremos recordándolos siempre y, especialmente, ofreciéndolos como intención en la Santa Misa, que tantas veces celebraremos a lo largo de este aniversario. Que esta comunión cofrade de los santos nos impulse a vivirlo más intensamente si cabe.

Un tiempo de Hermandad, donde propaguemos y sigamos viendo y viviendo las devociones más personales de nuestros hermanos al pie del Cristo de la Vera Cruz y la Santísima Virgen de la Soledad, como esos que se quedan al fondo de la capilla y desde allí le cuentan sus necesidades al que todo lo escucha; que sigamos viendo a nuestros mayores rezando por sus hijos o por sus nietos, o sosteniendo a esos bebés recién nacidos a la hora de ingresar como hermanos en nuestra Cofradía; que continuemos apreciando e impulsando que nuestros jóvenes se acerquen a los titulares de la Hermandad, como esos pequeñajos que ni siquiera llegan a darle un beso al bendito pie de nuestro Santo Cristo; sólo así, podremos decir como los apóstoles el día de la Transfiguración: “Señor, qué bien se está aquí. Hagamos tres tiendas”.

Y, por último, un tiempo de salvación, que se nos abre además especialísimamente por medio del Año Jubilar que nos ha concedido el Papa Francisco. Que la indulgencia plenaria que está incluida en ese Jubileo nos haga más cercanos a la práctica de los sacramentos, y que cuando pasemos por esa Puerta Santa hagamos nuestro el sentimiento de sabernos verdaderamente “ciudadanos del Cielo y moradores de la casa de Dios” (Cf. Flp 3, 20).

El Santísimo Cristo de la Vera Cruz, que conoce nuestros corazones, sabrá bendecirnos con toda clase de bienes espirituales y celestiales. La Santísima Virgen de la Soledad está de nuestro lado.

NHD Javier Enrique Jiménez López de Eguileta

Hermano de la Cofradía de la Santa Vera+Cruz


* Este artículo es una adaptación para la Revista “Getsemaní” del texto leído en la presentación de los actos del 450 aniversario de la Cofradía de la Vera Cruz, el pasado 5 de septiembre de 2015.

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